La relación del oyente de radio con el medio es mucho más íntima que la del espectador con la televisión; y no solo porque los programas de radio suelan tener mayor calidad, sino porque como vehículo comunicativo la radio concentra el principio de menos es más. Al prescindir del andamiaje que arrastra la televisión, desde el busto recauchutado de la invitada de turno hasta las risas enlatadas o los montajes epilépticos, el contenido del mensaje queda desnudo, pero a la vez realiza todo su potencial. Esta desnudez del mensaje es la desnudez del locutor o participantes (cuando se respetan la palabra, y por ello las tertulias son —¿alguna excepción?— la oveja negra de la radio), y de ahí la intimidad, la sensación de que te está(n) hablando a ti, de que le(s) importa que estés escuchando y no solo las cuotas de audiencia (la única preocupación en televisión).

Se ha repetido que la catarata icónica que supone internet ha revalorizado la palabra escrita. La que ha revalorizado es la palabra oral, más allá del ámbito gramatical. La aparición de los pódcast —palabra que uno, con permiso, sugiere la RAE debería incluir, e incluirla así, castellanizada— ha sido, en el plano cotidiano, lo mejor que ha traído la red. Hoy el formato está ya saturado y el <<todo vale>> comienza a ocupar más y más espacio, pero con lo que hay de mérito y de variedad, sobra; además, se tarda mucho menos en encontrar lo que a uno le interesa, o cree le pueda interesar, que navegando.

¿Resulta un exceso dedicarle un día al podcasting? Basta repasar los tópicos reconocidos para contestarse.

(El Norte de Castilla, 30/9/2020)

@enfaserem