Un dios salvaje. El problema de las expectativas, al que añadir el problema, endémico en este país nuestro, de la insistencia en el doblaje. Los tics histéricos de madre ídem con que Foster manipula su interpretación resultan aun más falsos con esta voz entremurmurada, entrearticulada; el que Waltz abra la boca y suene el tío que dobla a Hugh Grant me (lo) descoloca para el resto de la película. Polanski es – sigue siendo – uno de los grandes alquimistas en el traslado de las tablas a la pantalla, capaz de revelar siempre la rosa cinematográfica que el texto teatral esconde en capullo, y de revelarla acorde a su mirada. Es también maestro de la claustrofobia; simplificando, su filmografía puede verse como un ejercido de tema con variaciones sobre cómo agotar los espacios cerrados (sospecho que una de las razones por las que Buñuel lo admiraba) y dotarles de vida a través de sus particularísimos encuadres – a ras de suelo, descentrados – y el ritmo con que los sostiene y encadena. Hasta cuando filma a cielo abierto y horizontal – Chinatown, Tess, Piratas – consigue una impresión de opresión. En Un dios… estas meritorias claves siguen visibles, y sin embargo no plenamente disfrutables: algún cabo de guion forzado – el segundo café que los padres del niño agredido ofrecen a los del agresor; la llamada de la madre del padre del agredido, medicada con la misma marca que trae de cabeza al despacho de abogados del agresor; el abuso del recurso del teléfono móvil – y el que, sorprendentemente, la obra resulte más ácida que su versión fílmica (sorprendentemente porque la propia Yasmina Reza ha coescrito el guion con Polanski) tienen la culpa. Es cine de cámara que no desafina pero tampoco arrebata. Y de los maestros siempre espera uno el arrebato.
Adiós, Sur, adiós. Se me escapa por tantos sitios, pero disfruto con la huída. Otra prueba de Antonioni como padre de la modernidad cinematográfica, para bien o para mal; desde hace unos años casi siempre para mal – superficiales manierismos tan vacíos como bostezos; “tiempos muertos” muertos también semánticamente. Por fortuna esta es una de esas raras veces en que se ha dado la síntesis, el filtro, y obtenido una obra de una originalidad y delicadeza notables, con una habilidad para fingir la realidad, uno de los grandes atractivos y quizá deberes que tiene el cine, magistral.
Un método peligroso. El único peligro está en no verla. Cronenberg o la progresiva esencialidad. Sin duda Dreyer la hubiera aprobado.
PS. La sobresaliente interpretación de Michael Fassbender no logra que me saque a Kevin Kline de la cabeza cada vez que aparece en pantalla, con ese bigote recortado y esas gafas de alambre redondo.
PS II. Cada nueva reflexión la enriquece; cada nuevo repaso alumbra un fleco oculto. Demanda un segundo visionado.