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Eduardo Roldán

ENFASEREM

El mileurista

Tras el fichaje de Cristiano Ronaldo por el Real Madrid, no ha habido comentarista, tertulero, columnista, taxista o parroquiano de café que no haya comentado lo desproporcionado de la cifra, esos 94 millones de euros que el club blanco ha pagado a los anteriores empleadores del futbolista para hacerse con sus servicios, o sea sus hipotéticos goles y su imagen de cani engominado; a unos la cifra les parece bien, a otros les parece mal, pero a todos les parece mucho. Yo me pregunto: ¿Y por qué no 100? Puestos a establecer un nuevo hito, un Rubicón que quede en negritas en la wikipedia y de paso acojone al contrario por el propio poderío económico, mediático y global, don Florentino debería haber porfiado un poco más con los bancos hasta conseguir esa calderilla extra de seis millones; hubiera así conseguido el do de pecho rotundo, carusiano y redondo de los cien (con sus dos ceros), y con él una primera victorial moral, como dicen en deporte – aunque la moral en el fútbol se agotó con Camus -, sobre el resto de rivales nacionales y europeos. Ya se sabe que quien da primero da dos veces, y esta primera embestida hubiera sido quizá definitiva en el ánimo ajeno.

En cualquier caso la cifra no puede calificarse precisamente de escasa, y el récord, aunque trunco, ha sido establecido. Más que la cifra del traspaso en sí, creo habría que atender al sueldo que este señor recibirá. Alguien ha calculado que cobrará 1000 euros la hora. Cristiano Ronaldo inaugura así una nueva acepción del concepto mileurista. Cobrará en una hora lo que muchos otros chavales de su edad en un mes, pero la mayor diferencia no radica en la cantidad sino en la carácter del sueldo. La genialidad del asunto, el pelotazo balompédico de don Cristiano no es que le paguen 1000 euros la hora “sólo por marcar goles”, como claman los profetas del colapso, sino que se los van a pagar igual aunque no los marque. Al señor Ronaldo un partido de noventa minutos le hará ganar mil quinientos euros, sin importar si hace un hat trick, un tercio de hat trick o ningún hat ni ningún trick, y este aspecto funcionarial del contrato, esta cláusula de estabilidad emocional que otorga el saber que no importa cómo funcione uno, es lo que deberíamos envidiar sanamente, no el ingreso mensual, más o menos delirante, en la cuenta corriente del fenómeno portugués (que de corriente no tiene nada). De hecho, el jugar es la actividad que menos rentable le sale en términos económicos, pues gana lo mismo sobre el césped que haciendo una siesta de hora y media en el sofá (solo o acompañado), y le supone mucho más esfuerzo, al menos a priori.

¿Es una cantidad obscena, como tanto se ha repetido, este sueldo de mileurista? Creo que fue Nietzsche quien dijo aquello de que las montañas se tocan por las cumbres. También los millonarios se tocan por las cumbres, y este sueldo no es sino un arreglo entre millonarios. No se puede pretender aplicar criterios de justicia, criterios generales, a quienes están por encima de la generalidad; el  resto de nosotros, simples mortales, deberíamos sentir mucho más obscenos el euro setenta que ya te cobran por un café o la última subida de los impuestos indirectos.

(El Norte de Castilla, junio de 2009)

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Sobre el autor

Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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