En el primer párrafo de Yo serví al rey de Inglaterra, el protagonista, Jan, un recién contratado mozo, recibe del patrón la advertencia de que, mientras se halle trabajando en su hotel, no verá ni oirá nada, pero a la vez tendrá que ver y oírlo todo. El mozo asumirá esta contradicción aparente de manera instantánea y hará de ella el principio rector con el que conducirse por la vida, esa maroma enredada: no dirá nunca más de lo indispensable, pero nada escapará al prodigioso almacén de su memoria, motor de su entendimiento. Yo serví… es el precipitado de los logros y las insuficiencias de esa filosofía, un relato en flashback que comienza con ecos dickensianos, pero no de Charles el escritor sino de Moby la ballena – >-, igual de estimulante y atractivo: >.
Lo que viene a contarnos es la narración, en cinco actos – todos con idéntico, imperativo comienzo -, de su tránsito por esa ruta sin mapa que es la vida en pos del objetivo, tan común como esquivo, de convertirse en millonario; la narración, pues, del aprendizaje y peregrinaje sentimental y vital de un trepa. Para desarrollarla adopta Bohumil Hrabal los modos de la novela picaresca, empezando por el citado de dibujar a un trepa como protagonista. Porque el protagonista de la novela picaresca, desde el Guzmán hasta Barry Lyndon, desde el Lazarrillo hasta Augie March, es, antes que un desgraciado o un insatisfecho o un pícaro, un trepa: alguien que busca subir, aunque a veces no sepa muy bien lo que la meta acarrea, alguien con un supraobjetivo al que los antojos del Destino, ese sádico bromista, le van haciendo tomar caminos inesperados. El Jan de Yo serví… es una creación literaria que no desmerece a ninguna de las citadas, un personaje tan vivo y escurridizo como una anguila, tan listo y taimado como un gato hambriento, inolvidable. Y como en la narrativa picaresca clásica, la infatigable serie de vaivenes en que se convierte su andadura sirve para revelarnos, a través de la disección de quienes se encuentra en su camino, el fresco de la sociedad toda, en este caso la de Praga de principios/mediados de siglo, hitlerismo y comunismo incluidos; revelación que fundamentalmente no es otra cosa que la puesta en claro de las contradicciones e incongruencias a que el ser humano se ve abocado, y que vistos desde fuera, a través de un ojo-espía, nos demuestran lo tontos y ridículos que somos, y cómo nos separamos tan a menudo de las tres o cuatro cosas que en verdad importan. El humor, por supuesto, es una herramienta formidable para este ejercicio de revelado, y el tono conseguido por Hrabal, al tiempo cotidiano y surrealista, que no desfallece en ningún momento de las más de doscientas páginas de letra apretada, supone un logro del que muy pocos novelistas serían capaces. Tono que viene dado, y completado, por otro logro evidente, quizá el más claro de los muchos del libro – pero no por ello ha de silenciarse -, el uso de una voz en primera persona, arrullada en una marea de comas rumorosa y envolvente, que induce al lector en un estado onírico y fascinado, ese estado mágico del niño que escucha un cuento y no puede dejar de escucharlo.
La presente es una nueva traducción, por Monika Zgustova, de la primera, casi inencontrable edición de Yo serví… No he leído el original checo, entre otras cosas porque no sé el idioma, así que no podré afirmar eso tan socorrido de que se trata de una traducción estupenda, pero el resultado en español es magnífico, y una entrada inmejorable a la obra del escritor que Milan Kundera calificara de > Quienes no lo conozcan están de enhorabuena.
(La sombra del ciprés, 3/12/2011)