Una célebre plataforma de contenido audiovisual ha incorporado recientemente a sus funciones la de elegir por ella misma en lugar del usuario; a este, antes de introducirse en su cuenta para buscar lo que le interesa o seleccionar uno de los títulos de “Mi lista”, se le ofrece la opción “Reproducir algo”, que aparece bajo su nombre.

Se ha cerrado el círculo. La adición de más y más canales, que en un principio pensábamos nos iba a proporcionar mayor libertad, una depuración del material que recibíamos y así un mejor aprovechamiento del tiempo, se convirtió en breve en la constatación no de libertad sino de ansiedad, y de que la manera de aprovechar el tiempo consistía en ir saltando de categoría en categoría y de sinopsis en sinopsis para terminar no viendo nada, o viendo lo que cayese en el momento en que, exhaustos por la búsqueda, nos encontrásemos. Ahora se nos ahorra el periplo, y ya de entrada nos podemos abandonar al azar. Sin embargo, este azar, si acaso tiempo, no nos va a ahorrar la sensación de angustia de estar perdiéndonos algo más interesante, algo imprescindible que hay que ver sí o sí, y de que la elección del robot tampoco es la idónea por muchos datos que te hayan robado de tu historial de búsqueda. Pero al cabo, como esta oferta inasumible es una realidad irrevocable, el espectador termina por entregarse al robot, y tragarse así lo que por él elija, un poco como el orangután del zoo se echa al gaznate lo que le lancen, cacahuetes o rodajas desecadas de plátano; la diferencia —ay— es que el orangután está en la jaula porque lo encerraron, y nosotros en el sofá delante de la pantalla sin que nadie nos haya puesto un cañón en la sien.

(El Norte de Castilla, 9/6/2021)

@enfaserem