Borges cifró el Universo en una biblioteca. Para el lector español esa biblioteca única solo puede ser la Biblioteca Nacional, monumento en piedra tangible y también símbolo: del Universo o del saber o del hombre como ser pensante, desde luego, pero sobre todo símbolo de todas esas bibliotecas anónimas y periféricas cuyas miradas lejanas convergen en la Nacional y cuyo espíritu comparten. La Nacional cumple los trescientos, y bien está celebrarlo, mas ese firmamento de velas no debiera solo festejar el largo y fatigoso recorrido de un edificio-emblema sino recordarnos la existencia, quizá no tan longeva pero mucho más sufrida, de otros tantos centros — tan lejos del Centro que es la BN — de silencio y préstamo que puntean el mapa de España, de millones de anaqueles en donde al polvo, ay, cada vez lo mueven menos las manos curiosas de los lectores.
¿Terminarán pereciendo las bibliotecas como casas del libro en favor de las bibliotecas digitales, inmateriales? Sospecho que el proceso correrá paralelo al auge del e-book, y a medida que este se vaya popularizando y monopolizando el mercado las bibliotecas digitales sustituirán a las de ladrillo y papel. Quizá ganemos en fondo de catálogo pero perderemos en placer. El placer de los pasos cautelosos, borgianos, del descubrimiento lento; la sensación de ingresar en un templo misterioso, de múltiples caminos a tomar, todos con alguna sorpresa seductora. El placer, sobre todo, de dejarse llevar por las asociaciones inconscientes. Cuántas veces no hemos ido a por un libro o un disco que llevábamos deseando semanas y nos hemos vuelto con otro que el azar ha querido ponernos a su lado y que nada tiene que ver. Es el signo de los tiempos, anteponer la inmediatez a la calma, aunque luego tampoco se ganen tantos minutos cuando se dispone de la oferta absoluta a un solo clic. Con los fastos del tricentenario puede que estemos celebrando el acta de defunción de una manera de entender la cultura.
(El Norte de Castilla, 15/12/2011)