Para Iñaki Urdangarin el fin de año se está convirtiendo en un vertiginoso descenso a los infiernos. Como muchos otros españoles, imagino el exbalonmanista estará deseando pasar la hoja del calendario con la esperanza de que el nuevo año olímpico, a alguien que tanto sudor y esfuerzo ha entregado a las Olimpiadas, le traiga una mejora de su apurada situación. El último peldaño en su particular descenso ha sido la reforma y traslado de su doble de cera. Le han sacado el doble al doble, cambiándole el pingüino de etiqueta por el polo de pico y los pantalones de pinzas, el frac monárquico por —muy propiamente, en tan destacado deportista— el atuendo de sport. Es un cambio mucho menos anecdótico de lo que parece. Aunque la mona se vista de seda, mona se queda, sostiene el refranero, pero como casi siempre el refranero se equivoca. Al cambiarle la etiqueta por el sport, Urdangarin ya no queda como Duque consorte sino como ex; ninguno lo vemos ya como miembro, siquiera como miembro lejano o turbio, del árbol monárquico; aunque técnicamente siga ostentando el título, la decisión del Comité del Museo de Cera —con la aquiescencia, suponemos, de la Casa Real— anticipa la voluntad de despojar a Urdangarin de sus honores, y allana el camino al anuncio oficial ante la probable confirmación de su comportamiento >, por utilizar la discreta fórmula empleada por la real institución.
Probable pero no segura. Cabe preguntarse qué ocurrirá si el fallo del caso absuelve a don Iñaki. ¿Volverá el doble de gala, ahora en un limbo incierto? ¿Quedará para siempre el doble deportivo? La presencia conjunta de uno y otro parece incompatible. La rueda mediática no se ha planteado este supuesto, o si se lo ha planteado ha preferido callar como un confidente a sueldo, y dictar sentencia antes del juicio. A Urdangarin le han cambiado la pajarita por una soga al cuello. El polo de pico es su uniforme de condenado. El calendario aguarda.
(El Norte de Castilla, 22/12/2011)