La lucidez de la sencillez, la luminosidad cegadora del centro. Revelar eso es lo más difícil, aceptarlo lo más honesto: > Todos los subterfugios jurídicos, lingüísticos, se desploman ante la directa afirmación de la verdad moral. Las palabras de Pedro Martínez arrumban todo el andamiaje corporativista, hipócrita, ideológicamente sesgado de tantos políticos que se refugian en la costumbre médica y de tantos médicos que se refugian en la —culpable— inoperancia política.
La cobardía de la clase dirigente —de todo signo— de afrontar de una vez por todas un asunto que lleva ya un retraso histórico de más de un cuarto de siglo es un ejemplo manifiesto del temor esencial que al poder le causa el ejercicio de la libertad de los individuos sobre los que erige su privilegiada posición. O aceptamos plenamente la autonomía de la persona o no la aceptamos. Como en el amor, aquí no valen ni medias tintas ni tintas a tres cuartos. No vale el >, como no es posible el >. Esas encuestas que otorgan abrumadora mayoría a quienes defendemos la necesidad de un ámbito íntimo, pequeño pero irreductible, en donde uno tenga la certeza de que él y solo él podrá dedicidir, muestran no solo una realidad sociológica varios años más avanzada que la anquilosada y reticente realidad jurídica, sino que, tristemente, son utilizadas por el poder como un placebo con el que “contentarnos” y así ir tirando, así ir perpetuando la situación hasta que esta se vuelva insostenible y por fin se vean obligados a aceptarla —pues no hacerlo supondría un peligro mayor para su statu quo—. Hasta que el poder se encuentre en esa situación de agonía, habrán sido necesarias muchas otras agonías anteriores, humanas, individuales y que se podrían haber evitado. La de Pedro Martínez ha sido la última. ¿Cuántas más van a hacer falta?
(El Norte de Castilla, 29/12/2012)