Camps y Costa, absueltos. La clave del asunto no se debería centrar en el signo del veredicto sino en el origen de este: la perversión que supone la figura del tribunal popular. Planteémoslo de otro modo: ¿Qué acusados querrían ser juzgados por un tribunal popular en lugar de por un magistrado o un tribunal profesional? Respuesta: los culpables. La inmensísima mayoría de acusados que se supieran con la razón de su lado preferirían ser juzgados por jueces de birrete y toga, por muy contrarias a su interés que las convicciones de los jueces pudieran parecer de entrada. El motivo es claro: al juez, con todo el margen interpretativo que se quiera, le sujeta la ley; para el tribunal popular la ley es solo un papel prescindible, su convicción puede perfectamente basarse en que el color de la corbata del acusado no le gusta. El veredicto de Camps y Costa casi seguro haya sido injusto, pero si hubiera sido de signo contrario habría estado igualmente pervertido. El tribunal popular mejor lo dejamos para los thrillers de Hollywood.