Corrían los primeros setenta y François Truffaut había ya abjurado de esa política de autores de la que fue uno de sus más visibles paladines, sin por ello dejar de practicarla. Con Las dos inglesas y el amor volvió a demostrar esa indiferencia ante la moda que caracteriza a todo autor de fuste, adaptando, diez años más tarde de Jules y Jim, otra novela de su admirado amigo Henri-Pierre Roché, tan lejana de los experimentos formales de la época como la puesta en escena elegida por Truffaut de la supuesta modernidad cinematográfica.
Las dos inglesas… supone la respuesta carnal a Jules y Jim. Aquí la fisicidad de la relación triangular – en la que el hombre es el vértice solitario, al revés que en la anterior – es un motor mucho más explícito, el causante primero de las acciones/reacciones de Claude (Jean-Pierre Léaud) y de las dos hermanas Brown, Anne y Muriel (Kika Markham y Stacey Tendeter). Claude, bautizado “el continente” por las hermanas, es el elemento extraño, exótico, que desestabiliza con su visita la estructura familiar, el vínculo fraternal: el continente en las islas. Las dos inglesas… es ante todo un canto a la mujer, al insondable misterio de su idiosincrasia, a la dualidad particular y de grupo que simbolizan las dos hermanas, tan diferentes y tan parecidas. Pero un canto material; Truffaut no utiliza la mujer como metáfora de algún territorio o paraíso lejano, como tantos, sino que la afirma como ser en sí mismo, con toda su contradicción, que es toda su riqueza. Y es también un canto, indirecto, a ese otro amor de Truffaut, los libros: desde los inolvidables títulos de crédito hasta el velado trasunto de las hermanas Brönte en las Brown de la película; desde el libro que escribe Claude – cuyo título, Jerome et Julian, hace un guiño de metaficción a Jules y Jim – hasta el muy literario uso de la voz en off del narrador.
Este perfil literario, unido a otros elementos deliberadamente anacrónicos – la paleta pastel de Néstor Almendros, las transiciones en “ojo de pez”, etc. – hicieron que Las dos inglesas… no fuera saludada en su momento como la obra cumbre que hoy se considera. En favor de la SEMINCI hay que decir que ella sí supo ver.
(La sombra del ciprés, octubre de 2010)