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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Bop de oficio

Con un aforo felizmente más poblado que en ocasiones anteriores, la Sala Borja de Valladolid acogió el pasado jueves el concierto del cuarteto del saxo alto Jesse Davis (Nueva Orleans, 1965), quien presentó su bop de altas revoluciones acompañado por la que es su sección rítmica patria favorita: Joan Monné al piano y el contrabajo y la batería de cuyo arte ya pudimos disfrutar en el concierto que en la Borja diera el saxo tenor Scott Hamilton, Ignasi González y Esteve Pi.

El recital comenzó con un homenaje a Tete Montoliú, con quien Davis compartió escenario en más de una ocasión como sideman y a quien calificó, no sin razón, de gran, gran, gran músico. La vía elegida para el homenaje fue uno de los ídolos de Tete, el inagotable Thelonious Monk, a quien el saxo de Davis barnizó con los primeros de los —muchos— ecos parkerianos que ofrecería a lo largo de la noche. El cuarteto enlazó el blues con el funky y el soul-jazz, con la composición del pianista de Filadelfia Bobby Timmons This here, uno de esas melodías construida a partir de riffs infecciosos ante las que es imposible tanto mantener quieto el pie como no sonreír; Davis recordó con ella al que acaso sea, junto a Parker, su otra gran influencia musical, el orondamente irremplazable Cannonball Adderley. Lo cual, por supuesto, no es en modo alguno insólito en un saxo alto. El conocimiento del legado de Parker y Adderley es por contra requisito imprescindible para quien decide hacer del alto su compañero de vida y trabajo; el problema surge si se considera que ese conocimiento es condición suficiente para el completo desarrollo de la personalidad musical propia, cuando es solo condición necesaria, una falla en la que no pocos se han quedado, y en la que algunos que la han superado siguen de vez en cuando volviendo a caer. En general, la actuación del protagonista, sin dejar de ser disfrutable, dio la sensación de resultar una faena de oficio; es innegable el dominio de Davis del instrumento —ese uso flexible de la embocadura, esa digitación vertiginosa—, su caudal sonoro —el micro le sobraba—, pero en raras ocasiones transmitió el abandono que ha de exigírsele a un solista, y más aun a un volcánico solista de bop, como lo prueban el uso excesivo de licks y citas con que salpicó sus intervenciones.

Los ánimos se templaron con una balada de Jimmy Dorsey que supuso el marco idóneo para disfrutar del poder solista de Joan Monné, sin duda uno de los momentos más emotivos de la velada. Como acompañante, lo de Monné fue una clase magistral sin descanso, fuese cual fuese el tempo y el color del tema; al saxo de Davis supo leerlo —conducirlo y enriquecerlo— sin interponerse jamás en su camino, casi como si de un Wynton Kelly redivivo se tratase. Con un toque tan seguro como delicado, a Monné no le hace falta salirse del sector central del teclado salvo cuando la situación, como en el solo que comentamos, lo pide: tiene técnica de sobra para correr escalas arriba y abajo de las ochenta y ocho, pero no se trata de epatar al personal porque sí; se trata de tener el buen gusto de tocar lo que corresponde en cada momento, de escuchar al compañero y responder en consecuencia.

El Evidence de Monk, Fallen feathers (Quincy Jones) y Eternal triangle (Sonny Stitt) completaron un recital que recibió muchos aplausos, y hasta aullidos, de aprobación, que se vieron recompensados con una jugosa propina latina.

(El Norte de Castilla, 28/1/2012)

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