Arantxa era aquella niña de cinta en el pelo y robustas piernas que se guardaba la segunda bola del saque en un gancho de la espalda y se deslizaba por la tierra parisina con un espíritu competitivo aun más robusto que sus piernas, y de paso desquiciaba a Steffi Graf. Todo ello bajo la mirada exigente de su madre Marisa, en la grada. Ahora Arantxa presenta sus memorias y su madre, una o varias demandas.

Tratar de realizarse en los hijos es un pecado que la ignorancia no disculpa, y una osadía contra el dios Tiempo que, tarde o temprano, el dios termina haciéndote pagar de una forma u otra. En el caso de los prodigios del deporte, literalmente: pagando por dinero, a causa del dinero. En el libro, Arantxa se declara huérfana de cariño y amor materno durante toda su gloriosa carrera, y la madre ha replicado que >. De niña, cuando quizá no podía comprender del todo esa exigencia espartana de su madre pero desde luego sí sentir la carencia del amor, acaso creyese que ganando más torneos iba a ganarse más besos; al cabo, cuando comprobó que las victorias solo traían un incremento de la exigencia, tuvo lugar el despertar: si no derecho al cariño, al menos tendría derecho a los dividendos que ella generaba. El dinero derivado de los triunfos de Arantxa fue y es el motor de un drama que es el de muchas familias, solo que aquí más grande porque no todas las familias tienen más de 40 millones de euros en juego. La paradoja irónica de este drama es que es muy posible que Arantxa solo se sintiera verdaderamente libre entre los cuadrados de una cancha de tenis, haciendo aquello que sus padres la impusieron y que era la causa de su carencia afectiva.

La balanza del dinero y el amor vemos tristemente que vuelve a decantarse del platillo del dinero. Pesan más cuatro billetes que un corazón. A veces casi llega a pensar uno que es mejor no tenerlos.

(El Norte de Castilla, 16/2/2012)