Obama ha dicho que la despenalización no es la respuesta. Muy bien. ¿Entonces? ¿Qué otra hay? Obama no la ha dado, acaso refugiándose en que no se le ha preguntado por ella, acaso porque no la tenga. Y no la tiene porque casi seguro no haya otra. En lo único en que todos los mandatarios parecen estar de acuerdo es en que no se puede seguir como estamos, pero no seguir como estamos supondría inevitablemente iniciar movimientos en pro de la despenalización; sin embargo, Obama y otros se niegan a moverse. Es la pesadilla que se muerde la cola, una paradoja hipócrita más en ese mundo tan lleno de paradojas hipócritas que es la política. Un inicio de movimientos por los más interesados en moverse —Colombia, Guatemala, Bolivia, los países cuyas tierras nutren al narco de la materia prima, y que sufren de primera mano la acción de aquel— sin la coparticipación de Estados Unidos resultaría tan inútil como querer fundar una escudería de fórmula 1 sin contratar ingenieros. El de las drogas es un problema global; para el narcotraficante las fronteras religiosas suponen un obstáculo similar al de las fronteras morales: nulo. Obama ha dicho que la responsabilidad de EEUU es >, y que para ello llevan ya invertidos más de 30.000 millones de dólares en prevención. Cabe preguntarse cuántos millones más serán necesarios para que admitan que la gente va a seguir drogándose, dentro o fuera de la ley. EEUU lleva más de medio siglo insistiendo en las políticas de prohibición/persecución de la Ley Seca, con unos resultados económicos, sanitarios y civiles más catastróficos aun que entonces. En este tema las medias tintas no valen; las dos opciones son disyuntivas: o se despenaliza y ulteriormente se legaliza el comercio de drogas o seguimos como el burro al perseguir la zanahoria, impotentes y cada vez más fatigados. Mientras, el narco monta al burro y se parte de risa.

(El Norte de Castilla, 19/4/2012)