Éramos pocos y parió la UNESCO. Por si no tuviéramos un calendario lo suficientemente saturado con >, ahora la madre de las organizaciones culturales ha sancionado el 30 de abril como Día Internacional del Jazz. ¿Motivos? Porque el jazz rompe barreras. Porque fomenta la igualdad de género. Porque es un símbolo de unidad y paz. Y otros tantos en este plan. Al tiempo, ha condecorado a Herbie Hancock como >.
Pues vale. De causas inútiles está la UNESCO llena, y una más ya no puede hacer un daño relevante. Necesitamos un Día Internacional del Jazz lo mismo que necesitamos un Día Internacional del Libro. El buen lector no lee para instruirse, como el buen aficionado al jazz no escucha para recordar lo oprimidos que han estado y siguen estando los negros. Todos los motivos aducidos por la UNESCO se pueden aplicar al jazz lo mismo que al bádminton o a la nueva cocina; obvia el único esencial: que hace gozar los oídos. Aderezar este hecho escueto con motivaciones pseudodemocráticas es una falta de gusto estético y además una hipocresía; los niños de Burundi no necesitan escuchar jazz: necesitan un sistema educativo estable y obligatorio que les imparta formación musical. Entonces el que quiera podrá escuchar y estudiar jazz. O no. La mejor manera que tendría Hancock de promocionar el jazz es tocando el piano como sabe y sacando mejores discos que los últimos que ha hecho, no cortando cintas e inaugurando monumentos. Para eso ya está Wynton Marsalis.
El arte, en cualquiera de sus formas, es la expresión de subjetividad más alta a que puede aspirar el hombre, tanto el creador como el receptor (que también crea al recibir la obra). Las orientaciones culturales no solo son inútiles: son nocivas: imposiciones. No quiero que me digan qué debo escuchar o qué debo leer. Prefiero buscar y descartar a mi aire, y que, al cabo, entre la insistencia y el azar vayan modelando ese barro informe que llamamos yo.
(El Norte de Castilla, 26/04/2012)