Don Ángel Rubio, obispo de Segovia, ha dicho que no le parece razonable que se le cobre el IBI a los inmuebles eclesiásticos. La ciudad del acueducto deja de ingresar 300.000 euros anuales por las exenciones de que se benefician los Bienes de Interés Cultural, de los cuales 250.000 corresponden a los templos bendecidos con la cruz latina. También ha dicho que la cuestión no le inquieta, aunque sea incluso socialmente justa. Así pues al obispo, hombre justo, no le quita el sueño —el sueño de los justos— una demanda justa. Una paradoja típicamente católica, que se aproxima al trabalenguas, y que no hay que obstinarse en entender sino simplemente dejarse llevar y que la fe actúe. Claro que dejarse llevar es siempre lo más difícil, como el budismo enseña. Uno, que quisiera que la fe lo inundara y arrastrara, pero al que cada día le resultan más complicados esos malabares del espíritu, ese plus de creencia, entiende sin embargo al obispo. Hoy todos los negocios andan en los huesos económicos, y el negocio de la fe no es una excepción. Como cualquier otro trata de sobrevivir, aferrarse a los activos de que dispone, que en el caso de la Iglesia van desde el activo intangible de la instrucción moral hasta el contante y sonante de cobrar la entrada en ciertos templos. Otra paradoja que exige una fe ciega para tragarla: que cobren al público por entrar en un inmueble pero no tributen por la propiedad de dicho inmueble. En mi casa no hay vidrieras góticas como las de la catedral de Segovia, ni siquiera cortinas, pero sí algunos libros y discos, que las visitas se llevan a demanda sin que les cobre la entrada; algunos los recomiendo aquí cada domingo. Aparte, dentro de sus paredes se han gestado estas columnas y artículos que cualquiera puede leer, también gratis. ¿No es esto promoción de la cultura? Propongo pues que se declare mi casa BIC, y que con el año nuevo no me toque sufrir el hachazo-IBI. Caso de que para entonces siga teniendo casa.
(El Norte de Castilla, 17/5/2012)