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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Testimonios ejemplares

La iniciativa que bajo el paraguas de La ficción real está llevando la editorial Debate es una de las empresas más felices del reciente mundo editorial en España. Dos nuevos títulos pasan ahora a engrosar esta familia tan plural como bien avenida; ninguno desmerece su linaje. Son Desde el país de nunca jamás, de Alma Guillermoprieto, y Torres de piedra, de Wojciech Jagielski.

El país al que se refiere el escrito por AG es un territorio imaginario y realísimo que estaría formado por los acontecimientos, el paisaje y el paisanaje de algunos países latinoamericanos donde en los pasados treinta años acontecieron varios de los conflictos más trágicos, densos y fascinantes del planeta: El Salvador, Perú, Cuba, Brasil o México. No están todos los que son, pero los que están permiten hacerse una síntesis tan clara como profunda de la con frecuencia inverosímil realidad latinoamericana. Desde el país… antologiza algunas de las piezas más célebres de la autora, clasificadas en tres partes según décadas, la del ochenta, la de los noventa y la del diez del presente siglo.  En la primera – donde en realidad las piezas elegidas no van más allá del año 84 – es El Salvador el foco de principal análisis; destaca por sobre todas la escalofriante Los campesinos salvadoreños describen los asesinatos en masa (en alguna otra página de esta primera parte se nos informa de que fueron 75.000 los muertos oficiales – cabe sospechar que los reales fueron muchos más – de una guerra sostenida en gran medida gracias a las donaciones/Reagan, a fondo perdido, al ejército salvadoreño). Entre estas crónicas de la infamia, supone un acierto el insertar un paréntesis de alivio como Menudo, donde se refiere el delirio que este grupo musical de preadolescentes causaba, también en Estados Únidos, en aquellos primeros ochenta; claro que en Menudo la crítica – al sistema de producción/explotación que moldea artistas a medida, aunque tengan apenas doce años – también está presente entre líneas. No por ello resulta menos efectiva. La segunda parte, años noventa, es el grueso del volumen – más de 260 páginas de un total de 380 -, y en ella las piezas se distinguen por su mayor longitud y variedad de géneros; tienen cabida, entre otros, la crónica retrospectiva del auge y caída de Sendero Luminoso – la que este reseñador quizá prefiera de todo el libro: “Dicen que golpeamos a los estudiantes, pero no golpeamos a cualquiera”: la hipocresía en una frase –; reseñas de libros: de las memorias El pez en el agua, de Vargas Llosa – el fracaso del intelectual frente al populista simboliza en una imagen la situación atávica de América Latina -, de la biografía de Evita por Alicia Dujovne – más el perfil mágico de una figura mítica que una reseña literaria -; o el diario de actualidad, con la visita que en 1998 el Papa realizó a La Habana. Esta última nota es el pórtico de un póker sobre Cuba en el que es de agredecer, en contra de tantos y tantos reportajes fanáticos que se despeñan bien por el lado del entreguismo, bien por el del rencor, que el amor de la autora por la isla caribe no le nuble la percepción crítica. La tercera parte tiene como protagonista absoluto a México. Si los ochenta fueron los últimos años de la lucha y los noventa los de la esperanza democrática, la década del dos mil ha sido la del desencanto: el consumismo masivo y los carteles del narcotráfico han sustituido en el Cono Sur al papá dictador, y la democracia reducida a un mero paseo periódico a las urnas sin eficacia real: “Los comicios son un paso importante en la dirección correcta, pero no son la democracia”. Así, el horizonte se sigue hoy dibujando tan lejano como entonces; pero es que la esperanza, sabemos con Cioran, no conduce más que a frustraciones y erosivas culpas sin vuelta atrás.

Alma Guillermoprieto, pese a la densidad trágica de los acontecimientos que narra, consigue no olvidarse nunca del salvavidas del humor, que brota aquí y allá en una prosa diáfana, directa y rica, que la emparenta directamente con la mejor tradición del periodismo americano de no ficción, la de Joan Didion y Gay Talese. El único reproche que cabría hacer a esta antología excepcional es el de toparnos en ocasiones con frases de una sintaxis discutible – “Ni, legalizando, se resolvería…” – y con construcciones mejorables – advertir que en lugar de advertir de que -; acaso, sospecho, debido a una traducción demasiado apegada a la literalidad.

Torres de piedra, del periodista polaco Wojciech Jagielski,  distinguida con el premio Letterature dal Fronte, no es menos apasionante. Narra la segunda de las guerras que acontecieron, desde el año 1999 hasta el segundo del dos mil, en ese territorio turbio y desgarrado que es Chechenia. Como el de Guillermoprieto, el libro se divide en tres partes; a diferencia de aquel, no se trata de una antología. He empleado el verbo narrar porque Torres de piedra no es sino un ejemplo más de ese género inaugurado, y hasta hoy insuperado, por Capote en A sangre fría, la novela de no ficción. Ejemplo sin duda ejemplar. Jagielski tiene el don hemingwayano de decir sin registrar y de evocar registrando; lo omitido también dice, y lo dicho dice más que las palabras en sí. Como un detective insomne – el de corresponsal y el de detective son oficios que comparten más de un punto común -, consigue mantener durante las 350 páginas del relato ese difícil equilibrio entre la mirada objetiva, cinematográfica del registrador, y la compasiva y reflexiva del humanista; el relato no desfallece en ninguna de las partes – de los actos -, cuenta con ese aliento, imprescindible en toda novela, que impulsa al lector a seguir adelante, lo cual tiene un mérito aun mayor pues, en el presente caso, es muy probable que el lector ya conozca el final.

Si algo hermana ambos títulos es la omnipresencia de la violencia como motor de la Historia. En Latinoamérica la violencia ha devenido en rutina; es un factor que viene conformando la vida de sus gentes quizá desde su descubrimiento en 1492, y aun antes. En Chechenia la violencia se nos presenta como brote súbito, detonación inopinada tras un letargo estepario de casi cien años.

Después de cerrar libros como estos, quizá surja la duda en el lector de asignarles un valor real, operativo. ¿Para qué sirven todos estos testimonios, por mucho arte que haya en ellos? ¿Ayudan de algún modo a cambiar algo o están desde su origen destinados al olvido? Uno quiere creer que sí, que valen, pese a que tantas veces la abrumadora realidad se empeñe en llevarnos la contraria. Y reconforta saber que aún hay periodistas dispuestos no solo a creer en ello sino a jugarse por ello la vida. En esta afirmación no hay metáfora ni hipérbole: desde el 2005 hasta marzo del 2011 se han producido 68 homicidios y 13 desapariciones de periodistas en México, muchos de los cuales han quedado impunes. Esto, repito, nada tiene de ficción; conozco el caso de uno de esos periodistas mexicanos, pero no hace falta irse tan lejos: la querella por el asesinato de José Couso sigue pendiente en la Audiencia Nacional.

(La sombra del ciprés, 17/9/2011)

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Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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