>, rezaba el eslogan de unos carteles que con la efigie del alcalde tachonaron las paredes durante la precampaña local de hace un año. Como en el caso del alcalde, no parece que así ocurra en el del fútbol. Entre la eliminatoria por el ascenso y el movidón europeo, al aficionado pucelano las emociones se le van a solapar, y para dar abasto con tan apretada agenda tendrá que programarse con rigor kantiano. No tendremos trabajo, pero por estrés que no quede; a falta de estrés laboral, al menos estrés de ocio, y que la pelota y el mundo sigan girando hasta que el cuerpo aguante. El problema es que el cuerpo aguanta demasiado, y cuando se quiere dar cuenta de que no puede más, ya —ay— suele ser tarde. Valladolid, sí, se halla en un vértigo balompédico que esperemos no la paralice. Hay quien sostiene que de obtener o no el ascenso depende el que el club se disuelva o no, y el propio presidente ha dicho, un tanto crípticamente, que de subir o no subir media >. Así que el primer interesado en el ascenso sería la Agencia Tributaria, a ver si cobra aunque sea solo un mordisco pucelano de los más de 750 millones de euros que le deben los clubes de Primera y Segunda. Los clubes de fútbol tienen bula tributaria, como la Iglesia y otros con el IBI, pero con los clubes a nadie parece importarle. ¿Hasta cuándo va a seguir permitiéndose? Que la existencia o no de un club dependa de lo que ocurra en el campo en tres o seis horas (dos o cuatro partidos) es como que la existencia de una constructora de diques dependiese de que mañana llueva o haga sol. Vale que la economía no sea una ciencia exacta; no obstante, incluso en tiempos de incertidumbre este margen de azar parece pelín excesivo. Como sea, yo espero que el Pucela ascienda, y que cuando la euforia se desinfle la resaca no haga mella en el ánimo general al darse cuenta de que poco ha cambiado su vida con tan histórico logro.
(El Norte de Castilla, 7/6/2012)