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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Una leyenda apagada

La decimoprimera edición de Universijazz arrancó ayer en el Museo de la Ciencia de Valladolid con sabor agridulce; en los foros previos al inicio del concierto se escuchaba tanto la suerte de poder disfrutar con lo que a continuación venía como el lamento por lo que no, y es que este año Universijazz no cuenta —los motivos son fácilmente imaginables— con su tradicional estructura de doble concierto; la ausencia así de teloneros era una sombra murmurada antes del comienzo de la actuación, que por fortuna se olvidó por entero —o casi— una vez el quinteto liderado por el trompetista y fliscornista  americano Tom Harrell (Urbana, 1946) salió al escenario.

Con el volcánico saxo tenor Wayne Escoffery junto a Harrell en los vientos y una sección rítmica soberbia, es hoy muy complicado reunir a cinco músicos de tal calibre sobre un mismo escenario: un dream team sin discusión. De los cuales quienes mejor salieron parados fueron los en teoría secundarios de la función, pues Harrell tuvo una noche un punto demasiado apagada, y no solo por la vestimenta negra que lucía. Los cinco músicos rindieron fundamentalmente, sin presentación de títulos, cortes del último álbum del trompetista, Number five. El concierto se inició con tres temas a tempo medio, con aromas funkies y vagamente latinos en el segundo, pero fue en el cuarto, una balada a dúo entre Harrell y el pianista/teclista Grissett, donde el inagotable genio melódico de Harrell pudo haber brillado más. Este genio melódico, en la estela minimalista de Kenny Dorham o Art Farmer, nada tiene que ver con el virtuosismo musculoso; no espere el oyente en un solo de Harrell encontrarse con brillantes filigranas en la cuerda floja de los agudos ni con un caudal sonoro atronante; se mueve básicamente en el registro medio de la trompeta, puede incluso que se le escape alguna pifia ocasional, pero nada de eso importa cuando el genio —la creatividad original— brilla. No fue así en la citada balada, o solo a medias, ni en el resto de la función. No obstante, gracias a cuatro monstruos que no dejaron de arropar a Harrell en todo momento —resaltar la solidez y flexibilidad rítmicas del contrabajista Ugonna Okegwo, habitual del pianista Jacky Terrason— la velada pudo sostenerse y salvarse con nota. Al final, calipso de propina con sabor rollinsiano y aplausos merecidos.

(El Norte de Castilla, 18/7/2012)

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