La muerte de un niño se siente siempre como una injusticia. Si la muerte es además producto de causas no naturales ni accidentales, si en la muerte ha mediado la mano del hombre, del niño que ya no es niño, el sentimiento de injusticia se difumina en favor de otros más viscerales, la cólera, el desprecio, acaso la venganza. Sentimientos todos que en nada ayudan al correcto ejercicio del juicio, por definición un ejercicio de equilibrio. Sin embargo, la muerte en Segovia de un recién nacido a manos de su madre se acaba de anunciar será conocida y juzgada por esa institución jurídica en la que la cólera, el desprecio, acaso la vengaza, es más que probable que estén presentes: el Tribunal del Jurado.

Y ello pese a las recomendaciones de los juristas y sociólogos, que vienen advirtiendo del peligro de recurrir al TJ en los casos especialmente mediáticos. Ni en los mediáticos ni en los no mediáticos debiera recurrirse a él, pero, sea como fuere, difícilmente cabe imaginar un caso con tantos ingredientes escabrosos y, por tanto, tal repercusión pública. Sobre todo por venir de donde venimos, de donde aún estamos, no debiera recurrirse ahora al TJ. Las pintadas ―que nadie ha borrado― en la finca “Las Quemadillas” son un indicio, en espray y a tamaño gigante, de cuál va a ser, casi con seguridad, la letra del veredicto del pueblo en el caso del pinar segoviano. Ante supuestos en los que se determina si una persona puede o no ir a la cárcel, ni las buenas intenciones ni la democracia tienen nada que decir. A nadie se le ocurriría reunir a nueve ciudadanos legos en medicina en un quirófano para operar al enfermo según el acuerdo de la mayoría. >. Pues esta es la mecánica que sigue el TJ, ese mismo que, por si alguien se ha olvidado ya, absolvió a Francisco Camps y a Ricardo Costa, grabaciones y testimonios mediante. El Tribunal del Jurado es a la Justicia lo que la demagogia a la democracia.

(El Norte de Castilla, 6/9/2012)