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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Novelar la vida

Al lector occidental el nombre de Natsume Sōseki (1867-1916) es probable que le diga muy poco, si es que le dice algo; Japón le considera sin embargo uno de sus más destacados escritores, al punto de que su rostro llegó a ilustrar los billetes de 1.000 yenes (se conoce que en Japón fama y prestigio no tienen por qué oponerse). Las hierbas del camino fue el último libro que Sōseki publicase en vida, y aquel en el que esta, se nos asegura, juega un papel más relevante. No es cierto, salvo que se confundan vida y biografía. La vida de un escritor está en todas sus obras por igual, se trate de un relato de ciencia-ficción delirante o de unas memorias minuciosas. Branford Marsalis se preguntaba por qué unánimemente A love supreme es considerado el disco más espiritual de Coltrane; ¿porque haya una oración escrita en la carátula y se lo dedique a Dios? El espíritu de Coltrane está presente en cada uno de sus discos, en cada uno de sus solos. Pues con la vida ―que es el espíritu― del escritor pasa lo mismo.

Biografía, entonces. Y en este sentido sí comparte Kenzo, el protagonista de Las hierbas…, múltiples concomitancias con el autor: hijo entregado en adopción cuando apenas un bebé, luego readoptado por la familia biológica y repudiado por su padre; relación de fría condescendencia, de cerrada incomprensión con sus hermanos y familiares, y de rechazo frontal, mudo y resignado con su esposa; asentada profesión como profesor de inglés… Estos y otros hechos de su biografía los traslada Sōseki, más o menos fielmente, a la novela, pero en última instancia esto no importa nada, los hechos funcionan solo como excusa para el desarrollo de los temas que se tratan, y es el desarrollo y no la fidelidad lo que ha de contar a la hora de leerla y valorarla, en contra de la abrumadora tendencia actual que considera que la coletilla > confiere un valor añadido a una obra de ficción. El caso de las llamadas biopics es especialmente ilustrativo: casi todas repiten el mismo patrón de auge-caída-renacimiento, para lo que se centran en los cinco o seis momentos más célebres de la biografía de la figura que tratan, dándose así la paradoja de que una serie de películas que deberían ser tan distintas como lo fueron las vidas de sus protagonistas, resultan indistinguibles, pues al sacrificar el relato a la fórmula se ha sacrificado también el estilo. La película, el libro, son ―o han de ser― objetos autónomos, completos, vivos. ¿Qué se ha perdido al prestar más atención a la bio que a la pic (picture: película)? Justamente la vida.

Los hechos aludidos ejemplifican los temas fundamentales de Las hierbas del camino. En primer lugar, el profundo sentimiento de aislamiento que Kenzo siente, y que se agrava por la visión que los demás tienen de él, al envidiar su condición profesional; como profesor gana dinero ―si no en exceso, sí tiene más que sus inmediatos―, pero él no ha llegado adonde quería: donde él quería llegar está lejos de sus clases y cerca de su escritorio. Aislamiento también por la aparición súbita del padre, que le hace recordar todo el desamparo de la infancia, y por el desprecio progresivo que va sintiendo por su mujer, con quien apenas se comunica, y cuando lo hacen es mediante un pimpón de reproches; los pasajes de violencia contenida, doméstica, se encuentran entre los mejores de la novela. En este sentido, es sin duda de aplaudir que Sōseki no rehuya los rasgos menos amables en el dibujo de su álter ego: la misantropía, la inseguridad, la soberbia. El otro tema central del relato es la impotencia invencible contra el paso del tiempo, que no hace sino aumentar la angustia de Kenzo ante las muchísimas tareas que tiene pendientes; entre él y sus objetivos se interpone una y otra vez la realidad, esa sádica sin humor, y sin piedad los días van pasando, pasando, pasando… Extranjero en su propia patria, extranjero incluso en el que debería ser su hogar (al hilo: su condición de profesor de inglés añade otro elemento de extrañamiento respecto de los demás), durante todo el libro Kenzo es el peón solitario del que todos tiran y nadie empuja. La posible redención que conseguiría con la paternidad es solo otro espejismo fugaz que no hace sino anclarle en la rutina del aislamiento, como el tremendo diálogo final deja patente.

De un naturalismo poético claro, directo y franco, Las hierbas del camino es más o menos coetánea, pero ajena por lejana, a la revolución novelística copernicana que traerían los Proust, Faulkner, Joyce y demás; no espere pues encontrar el lector grandes experimentalismos formales, y ni mucho menos que le hacen falta. Eso que le pedíamos al principio a la ficción, vida, y que en suma es lo que cuenta, de eso desborda Las hierbas del camino. Presentada en una magnífica edición que incluye un glosario de términos japoneses tan breve como útil, supone sin duda una excelente introducción a la obra de Natsume Sōseki.

(La sombra del ciprés, 6/10/2012)

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Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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