La Academia del Jazz de Francia —sí, en Francia tienen una academia del jazz— acaba de conceder a Jorge Pardo el premio al >, lo cual dice mucho en favor de Jorge Pardo, pero antes de la Academia.

JP pertenece a esa estirpe feliz que no olvida que el árbol del jazz no nos puede hacer olvidar el bosque de la música, y que el árbol se nutre de una tierra impura y de contenido inacotable. Musicalmente reconoce el mismo valor ―al menos de entrada― a Vivaldi que a Led Zeppelin, a los hijos bastardos que a los puros, entre otras cosas porque la pureza, como pensaba Horacio en Rayuela, es solo puré más za, un palabro horrendo, y la búsqueda de la pureza algo casi siempre aburrido (además de peligroso). Hay muchas personas que se dicen libres de prejuicios musicales, pero que cuando les sacas de la forma sonata ellos sacan los tapones de espuma. JP sería uno de los verdaderos integrantes de esa corriente conocida como “Música del mundo”, si es que tal corriente existiera y la etiqueta en cuestión significase algo ―¿Qué música no es música del mundo?―. Su postura supone un canto a la libertad, desde luego, pero también un canto al respeto, circunstancia inseparable y que con frecuencia se olvida cuando de aquella se habla; respeto al músico que tiene al lado, al que no valora según currículo, y respeto al oyente que tiene enfrente. El jazz es aquí y ahora, el jazz es apertura a la sorpresa, y todo esto lo abraza la música de Jorge Pardo, en Nueva York como en Sanlúcar como en Tokio, siga o no un swing de 4/4, utilice una guitarra española y un cajón en lugar de un contrabajo y una batería. En un mundo obsesionado por encasillarlo todo —empezando por las discográficas—, Jorge Pardo escapa de las casillas como escapa el aire por su flauta y saxos.

Curiosidad, respeto, aventura y duende: fusión verdadera. Todo esto ha premiado la Academia francesa. Y luego maldecimos del chovinismo galo.

(El Norte de Castilla, 24/1/2013)