La filantropía del yerno le puede salir muy cara a don Juan Carlos, que, quizá harto pero desde luego no perezoso, puso sin dilación manos a la obra para limpiar preventivamente el daño que el Caso Nóos pudiera tener sobre la Casa Real. En todas las familias hay un tío díscolo y un poco tarambana del que no se puede hablar, o solo en susurros y cuando los niños ya se han acostado. En esto la familia real parece que no es una excepción, y el yerno le ha salido rana al rey, pero sin conversión posible a príncipe; por muchos ducados con que se vista la rana, rana se queda, y la realidad en este caso ha vencido a la magia del cuento. La última medida ha sido la eliminación digital del yerno de la web oficial.
En una institución tan dada a ―y lastrada por― los símbolos, este es un gesto simbólico, pleno de buena voluntad pero de eficacia dudosa. Acaso los asesores de la Casa han pensado, no sin razón, que hoy día quienes no pertenecemos a las redes sociales y demás puntos de encuentro digital no existimos, que el rastro virtual es más real que el rastro fuera de la pantalla. Solo que hasta en internet, epítome de horizontalidad y anonimato, también hay clases, y Urdangarin es esa excepción que confirma la norma general. Borrarlo de la web oficial es como tratar de achicar el agua de un barco inundado con el cuenco de las manos. La tozuda realidad en este caso no tiene nada de virtual, es una realidad física, material, de muchos millones, y un brochazo informático no creemos que pueda borrar una vinculación que todo el mundo sabe que existe, ni que minore la ansiedad por conocer la suerte de Urdangarin en el proceso. El duque además de serlo ha de parecerlo, cierto, y los esfuerzos de la Casa Real son loables, pero ingenuos. Al final, todos los recortes del presupuesto y demás medidas para limpiar la imagen de la Corona quedarán en muy poco ante el goteo negro de las revelaciones que el proceso judicial va generando.
(El Norte de Castilla, 31/1/2013)