El populista abarca mucho pero no aprieta nada, el populista lo soluciona todo en dos patadas, desde el calentamiento global hasta los recortes de Bruselas. El populista, en suma, no respeta al pueblo, pero el problema es que tampoco el pueblo se respeta mucho, y de ahí es de lo que se aprovecha el populista. El pueblo no tiene mucho tiempo, el pueblo está tratando de buscarse como puede las lentejas y no puede reservar un espacio, un tiempo, a la reflexión, y de esto saca tajada el populista con tres eslóganes gruesos que repite como un mantra sin cadencia. El populista se aprovecha del enanismo moral del político que ha sacado tajada de su puesto, así que al pueblo se le plantea la disyuntiva entre un listillo aprovechado cuya gestión es solo operativa en la medida en que le valga para mantenerse en el escaño y un cómico populista de escasa formación cultural e intención noble pero dispersa, cuya efervescencia en campaña se desinflará en el momento en que prometa el cargo y se vea ante las pesadas y burocráticas tareas del día a día. Y el pueblo elige al cómico, que de listillos está harto. El listillo personifica la >, y el cómico arremete contra la vieja política aunque no sepa exactamente en qué consiste la política ni cuál ha sido su desarrollo histórico. También Reagan alcanzó la presidencia a base de eslóganes de western, menos impuestos y más libertad, menos impuestos y muerte al comunismo, menos impuestos y menos gobierno. Ya sabemos cómo acabó la > en los ochenta. Ahora Italia se embarca en una revolución populista que ni siquiera, como la otra, tiene los objetivos claros, tampoco la manera de alcanzarlos. En política, entre tener un plan erróneo y no tener un plan es menos malo lo primero; el plan erróneo se puede modificar sobre la marcha. El no tener plan te aboca a la casilla del principio, solo que más desorientado. Italia ha dado el primer aviso. Este tampoco es el camino.

(El Norte de Castilla, 28/2/2013)