La llegada de la primavera urge al pueblo a embarcarse en dietas espartanas con el propósito de soltar antes de vacaciones el lastre corporal apilado el año previo. Cierto que al pueblo este año, entre despidos y bajadas de salarios, le va a costar mucho menos apretarse el cinturón, no como a los eurodiputados, que en esto como en otras tantas cosas no siguen las tendencias del pueblo sino a su aire. Sobre todo y justamente en materia de aire. La enmienda a la congelación de salarios y dietas de sus señorías, que incluía la propuesta de cambiar el vuelo en primera por el de clase económica, fue autorrechazada de plano, y es lógico: el estrés y la relevancia de las eurofunciones merece una retribución y unas condiciones mínimas para llevarse a cabo con la eficacia necesaria, y quién mejor para valorar esa relevancia y ese estrés que quienes las ejercen.
Uno sugeriría sin embargo que tal vez no fuera mala idea el que se dejase expresar al pueblo en las votaciones que afectan a su bolsillo de manera tan flagrante, pues en definitiva el bolsillo es el lugar donde mayormente se encuentra la moral del pueblo, sobre todo en tiempos de crisis. Y por expresar quiero decir votar – vía internet, por ejemplo -, no el grito vacío del clamor popular, que solo vale para que sus euroseñorías digan Diego donde dijeron digo para luego seguir haciendo Diego. Pero no hace falta irse a Bruselas. Si el político se dedica a lo que se dedica en aras del bien general, ¿no sería lógico que cobrase el salario medio del país al que se debe? Por suprimir cualquier sospecha maliciosa de que están donde están para enriquecerse, más que nada. Basta repasar los sueldos de los calientaescaños de los distintos Parlamentos españoles para comprobar que se hallan en la estratosfera respecto del salario medio. ¿Cuántos estarían dispuestos a seguir de cobrar el salario medio? Eso sí que sería una depuración de toxinas aguda: los Parlamentos se iban a quedar en los huesos.
(El Norte de Castilla, 14/4/2011)