No fue por el cine sino por la música que se me despertó la curiosidad por Jesús Franco. El ínclito Juan Claudio Cifuentes reconocía en su programa que sí, en efecto, era amigo de JF. Más tarde descubrí en una entrevista que el haberse dedicado a poner el ojo tras la cámara se había debido en no poca medida a su frustración como pianista de jazz. Bendita frustración. Tampoco es cuestión de ponerse freudianos y afirmar que la extensísima e inevitablemente irregular filmografía de JF es producto de querer compensar en el cine su falta de realización musical, pero no cabe duda de que el impulso creador de JF bebe mucho de los principios jazzísticos. En jazz no hay notas “malas”, y también parece que toda imagen es bienvenida de entrada en el cine de JF; en jazz la frontera entre géneros es siempre difusa, y JF siempre apostó por el cine bastardo; y el jazz es ante todo libertad, y no otro es el principio rector ―de tener alguno― por el que el ex segundo de Orson Welles se dirigió toda la vida. En último término somos lo que hacemos, y así Jesús Franco fue un señor que se la pasó haciendo películas. Lo fundamental era hacerlas, más allá del resultado. Con el mérito añadido de hacerlas en el momento en que las hizo. Iconoclasta irreductible que al final fue reconocido ―que no asumido― por la Academia, quizá nadie haya titulado mejor en el cine español. La pérdida de un raro, incluso de un raro que nos es ajeno, es siempre de lamentar en un mundo cada vez más encasillado y uniforme.
(El Norte de Castilla, 3/4/2013)