Dentaduras postizas. Bicicletas plegables. Teclados digitales. Una pierna ortopédica. Una tabla de surf. Una trituradora de papel. ¿Alguien da más? Sí. Un cuadro de Picasso. Y uno de Matisse. No, no se trata de la carta a los Reyes Magos de algún discípulo de Tristan Tzara sino una relación de objetos que el personal se ha ido dejando olvidado en el metro de Nueva York. Y el de Madrid no le anda a la zaga. Se ha llegado a encontrar un cheque por valor de 2 millones incrustado en la junta de una ventanilla. Insisto en que no se trata de sustracciones al amparo del vaivén apretado del vagón sino de olvidos. Desde luego, a cualquiera se nos puede escurrir un guante juguetón, olvidársenos incluso el móvil en el asiento o la mochila debajo del. Pero olvidarse la pierna ortopédica es ya un poco demasié. Y lo de la dentadura… ¿Es que se la sacan para cepillársela (con perdón) delante de todos?
Ha surgido así una suerte de museo subterráneo, dadaísta y mundial que une todas las líneas de metro de las grandes urbes. Me parece la metáfora más ilustrativa de la cultura del sobreconsumo en que vivimos. Tan ilustrativa que más que metáfora es ejemplo. ¿Quién puede dejarse un Picasso en el metro? El que tiene otros tantos colgando en el salón. ¿Quién un teclado digital? El que tiene un piano de cola. Aunque acaso tales olvidos no sean sino aparentes. Freud sostenía que los lapsus linguae en realidad no existen y que son manifestación de algún interés oculto, y así a lo mejor estos despistes muestren en realidad el deseo arraigado de desprendernos de unos objetos que en el fondo nos estorban y no nos aportan nada. El objeto nos crea una dependencia que confundimos con la necesidad, y creemos que no podremos vivir sin él, pero en el fondo lo que queremos es eso: abandonarlo y continuar el camino de la vida más ligeros de lastres superfluos. Lo que pasa es que luego Apple saca un nuevo iPhone y se nos olvida el olvido.
(El Norte de Castilla, 30/1/2014)