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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Radiografía musical completa

Al leer el título de este libro lo primero que se pregunta el lector es a qué se refiere. ¿Se trata de un estudio sobre armonía? ¿Sobre las reacciones bio/fisiológicas que produce la música en el ser humano? ¿Sobre los programas de enseñanza en academias y conservatorios? ¿Tal vez sobre la industria musical y los efectos de internet en ella? Pues no. Trata de TODOS estos temas y algunos más, en diez capítulos barajables pero interconectados. La empresa es tan ambiciosa como arriesgada, y sin embargo David Byrne se las ingenia para dar respuesta a la pregunta que plantea en el título de forma directa, con un didactismo que no enfatiza y donde no asoma la pedantería, con esa fluidez cálida de los profesores que no tienen que demostrar lo que saben cada vez que abren la boca, que son los buenos.

Ya la primera página de Cómo funciona la música expone la idea central del libro, que lo recorre como un Guadiana asomando aquí y allá pero sin dejar nunca de estar presente: la idea de contexto. Byrne sostiene copérnicamente que es el contexto el que determina la creatividad, no que esta mana independiente de algún oscuro y autónomo núcleo en el interior del artista. Igual que los dispositivos móviles condicionan la forma de leer, igual que el número de caracteres el contenido de la crítica de cine o el tipo de escenario la obra de teatro, el músico, incluso aunque él no se dé cuenta, crea para adaptarse a un entorno o cubrir una necesidad —el murmullo alcohólico del bar dio más presencia a las trompetas en los primeros combos de jazz, porque se oían más; la sustitución del clave por el piano supuso la eclosión de la forma sonata, etc.—. En contra de lo que se pueda sospechar, para Byrne —como, en otro ámbito, para David Mamet— las limitaciones no restringen sino que fomentan la creatividad, hacen que el artista se exprima con mayor ahínco y descubra en sí fuerzas que no sabía que poseyera. La libertad total solo conduce a la parálisis, y así la Capilla Sixtina es el resultado final de la lucha de Miguel Ángel con unas pinturas débiles y un Papa que no dejaba de dar la barrila.

En el capítulo dos se nos muestra el lado más confesional del autor: su introversión y la esquizofrenia que le supone actuar en público, sus poco metódicas dudas, algunas pinceladas sobre el grupo que le ha hecho pasar a la historia. El tres —analógico— y el cuatro —digital— relacionan la mencionada idea central del libro con la tecnología. La música, por encima incluso que el cine, y quizá por su esencial volatilidad, es el arte en el que la tecnología más ha influido, en músicos pero sobre todo en oyentes. Hemos llegado a un estadio que Byrne denomina <<Música privada>>, donde los sofisticados cacharritos portátiles, omnipresentes, están comenzando a sustituir a nuestra voz interior (uno se pregunta si por miedo a conocer qué es lo que esa voz interior nos diría). En el par de capítulos siguientes Byrne relata la trayectoria, disco a disco, de Talking Heads —sin entrar en las razones de la disolución de la banda—, y su vertiente como cantante solista, que nunca lo es del todo, pues DB tiende a la colaboración como la polilla a la luz. En parte porque colaborar con alguien no es sino imponerse límites (los del otro) y en parte porque así da salida a su inagotable, infantil curiosidad, motor primero de los variopintos proyectos que conforman su trayectoria y que le puede llevar desde escribir con Fatboy Slim un musical rock sobre Imelda Marcos hasta con Celia Cruz un tema de salsa pegajoso y caliente. El título del siguiente capítulo —‘Negocios y financias’— es probable que tiente al lector a saltárselo. Haría muy mal: es uno de los estudios más lúcidos, completos y honestos que se pueden encontrar sobre la actual situación de la industria discográfica —entre otros, desvela el misterio/Spotify—, y en él propone seis maneras no estancas de distribución, poniéndose a sí mismo de ejemplo, en un estriptis financiero quizá inédito en una estrella del rock. Los dos siguientes capítulos tratan el contexto desde el punto de vista físico, arquitectónico: es necesario un lugar, un foco, para que explote una comunidad artística; quiere decirse que el CBGB hizo el pospunk y no al revés, y que disponiendo de un lugar el artista que empieza tendrá menos miedo, se sentirá de alguna manera cobijado —Byrne es un encendido defensor del amateurismo y del principio Hazlo tú mismo; prefiere mil veces equivocarse a no intentarlo, sea cual sea el proyecto—. Como coda, se plantea en el último capítulo la importancia de la música en el ser humano: ¿es una atributo necesario, es definitorio? Un capítulo muy hermoso, por el que recomendaría empezar el libro.

Poco puede decirse del estilo fuera de que el sustrato oral predomina de forma apabullante. Es un texto más dictado que escrito, que no reprime las repeticiones ni los giros del habla cotidiana, pero bien estructurado y que se sigue con interés. El mayor mérito radica en la habilidad del autor de mezclar la anécdota con el dato, el apunte biográfico personal con el incidente histórico-social. Byrne es un ecléctico y un omnímodo, capaz de pasar con la naturalidad de quien se cambia de sombrero de Adorno a Kanye West, lo que no quiere decir que carezca de sentido crítico: lo tiene, y si ha de dar un coscorrón verbal lo da, pero siempre tras haber aceptado de entrada todas las opciones que se le ofrecen. El volumen está muy cuidado, con papel grueso, fotografías y gráficos en color y portada en relieve, y se completa con dos índices de los libros que le proporcionan el andamiaje teórico al autor y de los discos que cita, ambos muy de agradecer.

(La sombra del ciprés, 24/5/2014)

@enfaserem

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Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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