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Eduardo Roldán

ENFASEREM

El cuadro

Y apenas se colgó el cuadro ya las voces de los resentidos y más bien ociosos se alzaron ansiosas como inquisidores, y ello pese a la advertencia irónica previa del pintor: >. Hay que ser muy tonto o muy mezquino para reprocharle a un artista el tiempo invertido en una obra. ¿Es eso todo lo que se les ocurre al mirar el retrato, toda la lectura de que son capaces? De entrada, cabe oponerles que a quien hay que reprochar en ese sentido no es a Antonio López sino a quienes le hicieron el encargo; si lo que buscaban era celeridad, el pintor de Tomelloso no era desde luego la opción más idónea: cualquiera conoce su manera de proceder, que no va a cambiar porque el encargo venga con pátina real, pues cambiarla le imposibilitaría pintar ni un trazo. Por otro lado, ese tiempo invertido no es solo una carencia, sino que debería verse como el mayor ejemplo de la cualidad moral del autor. El artista solo está comprometido con su obra, con su visión, y al único que ha de rendir cuentas es a sí mismo. Muy pocas veces en la historia del arte ha habido, si es que alguna, nadie con entrega más absoluta que Antonio López. >, >, >, son adjetivos que se le vienen colgando desde que comenzó a tener repercusión pública, y que bajo su apariencia de etiquetas educadas no hacen sino restar valor a su proyecto profesional/vital, a la cualidad moral de una obra incomparable, pues como sin darse cuenta dejan entrever que cualquiera que emplease el tiempo que emplea López podría pintar como él. Más quisieran. La moral del artista se manifiesta, sí, en que es la obra la que domina su voluntad y la que exige que el resultado se aproxime tanto como sea posible a esa visión ideal a que aludíamos. Ocurre que la mayoría abandona antes de alcanzarla, escudándose en que alcanzarla es imposible. Y lo es, pero precisamente por ello el insistir dignifica al autor. Quiere decirse que el cuadro ha sido entregado, pero que, por si alguien todavía no se ha dado cuenta, sigue sin estar terminado.

En una época atravesada de urgencia como en la que vivimos, produce cierto consuelo comprobar que todavía hay personas capaces de pasarse veinte años inclinados sobre un microscopio o erguidos junto a un lienzo. En el caso del artista, no se trata de producir algo con vocación de eternidad, aunque la obra firmada termine pasando a los libros de historia, sino que el acto de ejecución es en sí mismo eterno, pues abole el tiempo. Como un maestro zen o un Einstein en zapatillas de cuadros, a Antonio López el trabajo lo instala en un presente perpetuo, lo saca de la flecha de la angustia en la que los demás viajamos con el anhelo por llegar a… ¿dónde, exactamente?

(El Norte de Castilla, 11/12/2014)

@enfaserem

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Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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