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jorgepraga

Hoy empieza todo

Cine orquestado

Nuevamente llega a la Seminci un experimento de acompañamiento musical en directo.En los últimos años ha sido bastante frecuente. Ahora se ha aprovechado la partitura que expresamente compuso Camille Saint-Saëns para “El asesinato del duque de Guisa”, obra de 1908, que aparece por las historias del cine como un intento de sacar al nuevo arte de las barracas populares. Detrás estaba un grupo de nombre pomposo, Société Cinématographique des Auteurs et Gens de Lettres, que se procuró guionistas, directores, actores teatrales conocidos, y también al músico más prestigioso del momento. Film d’Art se denominó el movimiento, que duró poco. A juzgar por lo visto ayer, hubo justicia.
La película es arqueología aburrida, lo que no es ninguna redundacia. Otras arqueologías de esa época, incluso diez años atrás, traen obras que siguen conservando el magnetismo de los primeros tiempos, esa virginidad de las miradas que está en el pálpito de lo real de tantos Lumière o en la gracia onírica de Méliès. No hace falta ningún plus de historiador para emocionarse con ellas. Pero este asesinato del duque es puro teatro filmado sin ninguna de las ventajas del teatro. Actores frontales a la cámara, reducción del espacio al escenario, ausencia total de montaje salvo en un par de cambios de habitación que exigieron un esfuerzo de raccord. Y hacia el final se echa mano del truco de la parada de cámara, puesto en marcha por Méliès doce años antes. El animoso presentador (con él la sesión llegó casi a la hora, cuando la película sólo tiene 17 minutos) insistió en que luego los americanos copiaron la idea, y la explotaron comercialmente. No estoy nada de acuerdo. Edwin S. Porter ya había desarrollado esfuerzos de montaje unos años antes, David Wark Griffith comenzaba su carrera en esa misma estela de crear un tiempo y espacio propios para la pantalla, esfuerzo que ni se huele en este mamotreto de Film d’Art.
¿Y la música? Porque ésa era la gracia de la sesión, y yo me he ido hacia el excursus histórico de líneas atrás. La música delante de la pantalla, y no sólo por la distribución física que tuvimos en la sala, es una inversión de los elementos. Cuando he asistido a sesiones con intérpretes en directo el saldo suele ser el mismo: a los dos o tres minutos de iniciada la proyección, si todo va bien, te olvidas del pianista, aunque te moleste su flexo encendido encima del piano. La música se disuelve en la imagen, y es difícil, incluso contraproducente, dedicarle atención explícita. Ayer teníamos la ventaja de que la pantalla era prescindible, así que hubo margen para fijarse en la buena partitura y la cuidada interpretación de la orquesta, en el funcionamiento de esas convenciones misteriosas que exigen un tipo de ritmo e instrumentación para cada atmósfera narrativa. ¿Es una convención acumulada a lo largo de los años, o bien hay sonidos que objetivamente arrastran tensión, o persecuciones, o amor? Saint-Saëns compuso la partitura cuando apenas si había tradición cinematográfica, y sus sonidos son perfectamente equiparables a los que hoy se harían. El cine arrancaba entonces, pero la música llevaba siglos en el escenario detrás de los sentimientos y movimientos humanos.
Qué bonito hubiera sido ver, y sobre todo oír, una segunda vez la proyección. Supo a poco.

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