Una sola vez vi jugar a Puskas (siempre se escribió en España su nombre sin acento). Parece un cómputo raro en un jugador tan conocido y en un firmante tan aficionado, pero hablo de un tiempo anterior a las retransmisiones televisivas, en el que las únicas imágenes pertenecían al NODO, unos segundos fugaces y maravillosos con cierta sensación de cámara lenta. Viajé a Gijón desde mi pueblo por malas carreteras para verle jugar en un partido de Copa que el Real Madrid ganó con facilidad al Sporting (entonces Real Gijón). Puskas metió uno de los goles, de falta directa. Estaba en su último año como jugador. Lucía una evidente tripa por encima del pantalón, y salió al campo perfectamente peinado, el pelo hacia atrás con un poco de gomina. Pisaba con precaución el césped húmedo y corría más bien poco. Pero algo había en él que le diferenciaba de todos, una manera de golpear el balón, de desplazarlo con suavidad a los pies de un compañero por lejano que estuviese. Mi padre me lo aclaró rápidamente: tenía temple, tocaba el balón con temple. Y esa era la explicación. El temple, lo fui sabiendo, era un concepto sin sinónimos, algo así como el que acuñó Joaquín Vidal para el toreo de Antoñete: cargar la suerte.
‘Puskás Hungary’ nos trae la vida del jugador, del nacimiento a la muerte. Es un documental clásico en el que su director Tamás Almási ha volcado varios años de trabajo. Toma como eje el avance biográfico, y desde luego la existencia del jugador da para este documental y muchos más, pues atravesó por hechos decisivos del siglo XX, en especial los años de dominio soviético de su país, con la crisis de 1956 que le llevó a estar dos años sin jugar para al fin recalar en el Real Madrid de Santiago Bernabeu, menudo pájaro. La técnica de reconstrucción sigue también la línea clásica: alternancia de imágenes del pasado con testimonios recogidos en la actualidad, incluido alguno de Puskas unos años antes de su muerte, en 2006. Y, para mi decepción mitómana, las aportaciones se centran en la persona, mucho menos en el futbolista. Puskas, Ferenc Puskás, Pancho Puskas, debía de ser un tipo entrañable, un ciudadano del mundo que se sentía bien en cualquier lugar, un hombre que a medida que aumentaba su fortuna era cada vez más y más generoso. Dejó cariño y admiración. Pero también dejó pocas imágenes de su juego.
Hay un gol de Puskas que la televisión repitió muchas veces el día de su muerte. Es de un partido que ha pasado a la historia, el Inglaterra-Hungría de 1953. Al equipo inglés nadie le había vencido en su país, pero aquel día cayó en el templo de Wembley por 6-3 (y en la revancha jugada en Hungría por 7-1). En ese gol Puskas controla un balón dentro del área, pero bastante escorado a la derecha. Tiene el inconveniente del poco ángulo de tiro, y de que debe golpear con su pierna menos buena. Todo lo soluciona con un gesto técnico. Amaga el disparo, un defensa se desliza por el césped para tapar el hueco mientras Puskas pisa el balón, lo desplaza con los tacos en un ángulo recto que torea al defensa, y ya sin obstáculos, de frente al portero, dispara inapelablemente con la izquierda. El documental muestra ese gol, y alguno más, pero retorna con presteza al hombre, a sus dolores de exilio, al coraje que tenía para emprender cada vida nueva (el español lo perfecciona leyendo novelitas del Oeste en los viajes con el equipo).
Muchas veces la leyenda se asienta en la escasez, en uno o dos relatos certeros que se aposentan en la memoria para siempre. O en unas pocas imágenes que se conservan sin deterioro en la iconoteca del cerebro. La leyenda futbolística de Puskas sigue intacta tras este documental que nos ha permitido conocer mejor al hombre.