Caminaba el lunes pasado, cuando acababa de anochecer, por una calle del casco histórico muy cercana a la Plaza Mayor, por detrás de la Catedral. Ni un alma. Iba acompañado y hablábamos bajo, como si no quisieramos interrumpir el silencio. Unos días después, ya a una hora más imprudente, bajaba a mi refugio en el para mí novedoso San Marcos y en el recorrido se escuchaba el silencio. Luces tenues conferían un aire triste a la belleza del entorno. Yo, en alerta, para evitar que cualquier ruido me sobresaltara. Y, supondrán, que tampoco ni un alma.
El primero de los días, en el que iba en compañía, acababa de leer en unas páginas más adelante que esta, que estudiantes de IE Universidad habían realizado un estudio sobre nuestro casco. Su objetivo era analizar cómo puede recuperarse, cómo se hace barrio y cómo se construye ciudad en un espacio tan singular. Partían con esta premisa. Pero no es fácil. Como cualquier recinto de este tipo en cualquier ciudad Patrimonio de la Humanidad, como la nuestra, se lucha contra los elementos, que existen y tienen una fortaleza innegable. Elementos humanos y arquitectónicos que mediatizan una intervención en la joya de la corona segoviana.
Hablan del aparcamiento, del tráfico, de las calles vacías –esas que les decía– y del estado deficiente de muchas aceras, del incómodo pero bonito adoquín o del emborrillado. Y proponen soluciones más o menos aplicables con el objetivo, dicen, de rehacer el concepto de barrio en el recinto amurallado. Una quimera, dirán. Juventud divino tesoro, insistirán con recelo. Fantasía de quienes no conocen la vieja ciudad y sus viejos moradores, impermeables a los cambios. Pero por favor no piensen de esta manera porque una vez más, y van ni se sabe, alguien con mirada limpia y sin prejuicios nos señala el camino, que no es otro que hacer habitable la zona más emblemática de esta rígida urbe.
La oportunidad de aprovechar el esfuerzo de estos jóvenes por reciclar la vieja ciudad es evidente, cuando se acerca –o eso parece– el deseado Plan Especial de las Áreas Históricas, en el que, obviamente, está incluido el casco antiguo. O, mejor dicho, estará incluido porque el proyecto continúa en posesión del dudoso honor de ser el más dilatado en el tiempo que se recuerda en los tormentosos y desesperantes caminos del urbanismo. El plan iba a aprobarse de inmediato, pero ahora, cuando estaba colocado en primera línea de salida de las decisiones municipales parece frenado por la situación en el Ayuntamiento, después de la dimisión diferida del aún alcalde.
Que cambien las caras de los políticos no debería significar que se retrase lo que realmente importa, coletilla que como bien conocen es muy del gusto de los servidores de la cosa pública. Y ahora temo por la demora en la tramitación, que lleguemos a verano y pasado el calor comiencen las hostilidades ante la cercanía de las elecciones del año próximo. Todo sin que el plan salga del cajón para pisar la calle. La casa sin barrer, vaya.
Temor este que comparten quienes tienen depositadas esperanzas en que el enfermo permanente que es el casco se cure con el proyecto urbanístico. O al menos que mejore para llevar una vida digna. Y que el silencio que puede oirse entre tanta belleza deje paso a la alegría. Concejales: no se duerman, por favor, y reciclen la vieja ciudad.