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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

Pícaros en el Azoguejo

El tiempo parece haberse detenido en el Azoguejo. El reloj está congelado en la plaza de entrada a la Segovia monumental, un lugar que fue de mercado y hoy continúa como espacio de confluencia de gentes. Con la mirada pétrea del Acueducto,  ya no se vende ni se compra, pero sobre sus losas se vive con intensidad, como siempre. No hay arrieros, ni hortelanos, aunque es lugar de peregrinación al que acude todo el quiere algo con, de, para y por Segovia.
Y entre ese rompecabezas de gentes seguro que se han fijado en los vaivenes de quienes reparten publicidad de restaurantes cercanos. Relaciones públicas o algo parecido se hacen llamar. Te preguntan si vas a comer, así en general, a lo que la mayoría contesta poniendo una cara de alguna vez habré de hacerlo pues tengo esa bendita costumbre. Somos los aborígenes del lugar, a los que nos confunden con turistas si vamos con cara de despistados, así como los visitantes que ya han concertado la manduca con el viaje organizado correspondiente.
Luego están los que aún no han previsto donde cumplir con el meollo de la visita a Segovia, que para casi todos no es otro que comer. Suelen vacilar al tiempo que exhiben una expresión de duda. Y los ‘public relation’ o los mendas de la propaganda, les colocan el panfleto en las manos y sin que puedan reaccionar les explican las bondades del establecimiento y su cocina de toda la vida. A esto le añaden que han tenido una gran suerte, porque por ser ellos y por estar en el lugar oportuno y en el momento adecuado les hacen una enorme oferta, imposible de rechazar.
Comerán judiones, cochinillo y ponche por unos míseros euros ya que han tenido la fortuna de toparse con él o ella. Y porque les cae bien, qué narices, y hace un día magnífico en el que merece la pena darse un homenaje gastronómico y llenar la barriga por muy escaso dinero. Si la familia o la parejita consigue desembarazarse del vendedor todo habrá terminado allí sin más. Sin embargo y como es lógico, hay quien sucumbe, lo cual está muy bien para el tipo que se llevará su comisión, algo legítimo.
Hasta ahí todo dentro del orden civilizado en el que estamos. Ley de la oferta y la demanda, marketing más o menos agresivo y producto adaptable a bolsillos diversos. Todo correcto. Pero siempre hay un pero en esta nación de naciones, en estas Españas donde quien no corre, vuela. Y el pero son los pícaros, especie que, lejos de extinguirse, se reproduce a lo largo de los siglos como si el progreso y las sagradas tecnologías que todo lo saben no les afectaran. Por estupendos europeos que nos pongamos, aquí el producto nacional es muy singular y cada españolito lleva un pillo dentro.
La picaresca viene porque los mendas de la propaganda en el Azoguejo hay días que no hacen ni un cliente. Y para solventarlo a algunos se les ocurre detectar a los turistas que quieren ir a Cándido. ‘Come on’ o un ‘ya les llevo yo’, les largan mientras les conducen a otro lugar que no es la mítica casa del mesonero. Allí supongo que les enseñarán elementos típicos que no les hagan sospechar,  que estos bribones descienden del Buscón que desde la primera línea ya advertía que era de Segovia. Y entre leyenda y leyenda, entre Don Pablos y Cándido, la vida en el Azoguejo no cambia así pasen siglos, turistas y cochinillos.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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