He tomado la molestia de hojear los programas electorales de los partidos aspirantes a sentarse en el salón de plenos de la casa Consistorial de la vieja Segovia y no vean qué cosas y, sobre todo, cuantas. Es un continuo échale guindas al pavo, que así de fácil se resuelven los problemas cuando se prometen en campaña.
Ahondando en la letra pequeña de los programas, se descubren propuestas que, miren, podría firmar el más ingenioso de los emprendedores, siempre que la inversión no saliera de su bolsillo; porque así, con pólvora ajena, se dispara de una forma más llevadera. No vean qué gratificante es hablar de crear, elaborar o construir cuando el dinero procede de cuenta ajena y se habla de él con desahogo. Al fin y al cabo, alegría en el gasto, que de menos nos hizo Dios, dicen.
Pero yo, erre que erre, me adentro en el jardín de los programas precisamente para comprobar en qué jardines se meten. Me paro en el transporte, en la movilidad de quienes convivimos con los inconvenientes de habitar en una ciudad medieval. Y aquí viene una batería de soluciones que van desde la creación de aparcamientos disuasorios en cada esquina próxima al casco histórico, a lanzaderas ecológicas que unan el largo y tortuoso tramo desde el Acueducto a la Plaza Mayor, una distancia más o menos de un kilómetro, extraordinaria y difícil de asumir.
En estas apetitosas guindas que nos largan al ciudadano, echo de menos un amigo que fue estrella en otras campañas: el tranvía. Cuando vean a los candidatos pídanselo. Ah y dos huevos duros.