No existe rincón más demandado por la chavalería que visita los jardines de La Granja que el laberinto. Allí, en los caminos elípticos, gozan como niños que son. Las mías eran devotas del lugar; y sus primos de fuera, aún más, por aquello de ir a un pueblo y encontrarse con esa aventura. Hoy, paso delante de la puerta de acceso y los críos ni son míos, ni van con su inocencia a buscar la salida: acuden dopados con el móvil que orienta mejor que su instinto.
Cosas de los tiempos, pienso, que cambian que es una barbaridad y una lata. Y como a los niños del laberinto palaciego, les ocurrió a los concejales que asistieron a la sesión de ayer en el Ayuntamiento de Segovia; un pleno histórico por la aprobación de la norma urbanística sobre el cogollo de la ciudad y no tan histórico por el debate, que se centró en lo político y dejó de lado –como tantas veces– lo que realmente importa.
Enmarañados en su laberinto de generalidades, no hubo forma de que se bajara a la arena del contenido del PEAHIS, el plan. No era necesario, por imposible, ir ficha a ficha, ni tan siquiera hablar de las más estimables; solo hubiera bastado con advertir que para los años venideros esto es lo que hay: una norma que ampara.
Porque ya presiento que en cuanto se haga un cambio en un inmueble o solar histórico alzaremos el grito al cielo y nos contestarán: es legal, aunque a usted le parezca feo cargarse nuestra historia. Este laberinto traerá un porvenir que nos dejará ojopláticos. Ya lo verán.