Hay un extendido llanto postvacional que en Segovia cubre de Maderuelo a El Espinar y de Riaza a Coca, por trazar un aspa en el mapa. Lloran los niños por volver al cole y los adultos de emoción porque por fin se acaban las vacaciones escolares; y lloran los adolescentes por ese amor de verano y, sobre todo, derraman lágrimas quienes necesitan el sol estival para vivir, que no sé si es su caso y el mío.
Llorados en este principio de septiembre afrontamos lo que viene. Y hasta Nadal deja su hercúlea naturaleza para emocionarse porque ha vuelto a ganar. Aquí llora todo dios, ya lo ven, y uno que es de espíritu y lágrima fácil pone pucheros con lo de Blanca Fernández Ochoa o Camilo Sesto, a la espera de que el traicionero otoño se lleve por delante a más iconos de lo nuestro.
Para paliar algo el llanto que nos invade hay varias opciones: dejar de ser un cursi es el camino más recto o en Segovia darse a la participación ciudadana, en forma de presupuestos participativos, un invento en el que la gente llora lo que le gustaría que el Ayuntamiento hiciera y este lo pare con una consulta popular, de las que hacen democracia, oiga.
Así, lloraditos todos, encaramos el final del verano –que llegó y tú partirás, canturreen– para ir a votar si queremos que ensanchen la calle o pongan una fuente con chorrito epiléptico en esta plaza. Y si nos da la gana en noviembre ya votamos otra vez, a ver si lloramos por algo, que decía mi madre. Eso sí será para llorar sin consuelo.