Hoy va a ser la columna en la que trate de autoprovocarme, en un ejercicio de contorsionismo que para sí quisieran los fracasados participantes en el pacto nonato para gobernar España. Pero lo haré sin política, desde el paisanaje, palabra que tanto reiteraba el expresidente de esta comunidad. Y será para medir las cosas del lugar donde fui a nacer, Valladolid, con el que recalé para pacer, Segovia.
Me inspira un hecho que me llenó de orgullo y satisfacción regia: la actuación de los muy segovianos del Mester para cerrar hace unos días las fiestas pucelanas. Era en mi Plaza Mayor, en la que vivieron mis abuelos, esquina con Santiago, y en la que se crió mi madre. Por el recinto, un sentimiento de infancia, y por quienes lograron tanto público –con racanería se habló de 6.000 personas, pero había más, seguro– una bocanada de ese segovianismo que cuando vives aquí a todos nos atrapa sin remisión.
Fue una pica en mi Pucela por unos lanceros de mi Segovia. Allí hablaron de la chica segoviana –nada de la pucelana– y estoy convencido de que la nutrida colonia de esta provincia que reside en el foro esbozó una media sonrisa para pensar: hoy la capital somos nosotros.
Aunque, no nos vengamos arriba, que a Segovia a veces también le duele la soberbia. Pero han de tomar notar en Pucela; de lo contrario, el año que viene mandamos al hawaiano Bruno Mars, cuyo tatarabuelo era de Nava de la Asunción. Y entonces no será una pica, sino los Tercios de Flandes en pleno.