Septiembre es un mes coctelero, al menos en Segovia. Con la tradición de la procesión y novenario de la Fuencisla se mezcla desde hace ya unos años el muy elevado Hay Festival, en una combinación que solo soporta quien tiene posibilidad de ser camaleón. Rezo por aquí; cita literaria, por allá; una pepitoria explosiva, con una mano en el rosario y otra en un libro.
En este tiempo ahondamos en la imagen de ciudad cultural que nos acompaña, aderezada con el fervor por una Virgen cuyo nombre es esencia de segovianismo; si usted se encuentra a una Fuencisla en el otro extremo del mundo no lo dude: sus raíces están aquí. Como también ya están las del Hay, ese asunto que se coló en nuestras vidas en este siglo y que, pasada la desconfianza inicial de todo lo nuevo, ya suma devotos para llevar en andas a cualquier icono literario que lo frecuente. Porque hay Fuencisla y hay Hay para protegernos y aliviarnos de la rutina de vivir en una capital de provincias.
Y mientras se honre a la Virgen y se escuche hablar a escritores de esas cosas llamadas libros, Segovia estará a salvo, al menos unos días, del disparate de lo políticamente correcto. Porque ya imagino el mundo –lema del Hay– en el que tendré que pedir disculpas por haber realizado el año pasado la Ofrenda a la Fuencisla en la Catedral y por haber participado en una lectura pública en el Hay. Ah y por haberme disfrazado una vez de negra zumbona. Desde luego, así no me salva ni la Fuencisla.