Contentos estamos, canta el Mester en la boda de la pulga y el piojo. En la canción los novios, poco a poco, logran todo lo necesario pero no se casan porque siempre falta algo; lo consiguen por fin, pero cuando llega el casamiento el gato, a quien nadie había invitado, se come al padrino, el ratón, y así la boda termina más bien regular.
Pero contentos estaban de que hubiera habido boda, a pesar de las complicaciones. Como lo estamos en Segovia por el enlace este fin de semana entre el Hay Festival y la corte monegasca de Carlota Casiraghi. Contentos por las nupcias tan extrañas e inesperadas como las de la pulga y el piojo. Cosas del amor, supongo, que en este caso ha dado a la cita literaria una vida en rosa.
Sin embargo, lo mejor no ha sido el desposorio en sí, ni la atención mediática que ha despertado más allá de la sierra; ni tan siquiera los ilustres contrayentes. Lo estrellado para Segovia es que los invitados se han fijado en nosotros, en las pequeñeces de nuestra existencia. Y en el fragor y la hermosura de la celebración se les ha calentado la boca, a la Junta de Castilla y León, para prometer que la próxima la pagan ellos. O se la comen, como el gato.
Pues gracias Carlota, bonita, –que diría la vicepresidenta Carmen Calvo– por venir y despertar la generosidad con esta tierra que los políticos regionales llevaban muy dentro. Esta es tu casa y vuelve cuando quieras, que igual así logramos hospitales o colegios dignos de un cuento de princesas.