Hace unos días me contaba una amiga, que ha dejado el mundanal ruido de la política, que los partidos son cada día más presidencialistas, con un amado líder que todo lo sabe y todo lo decide. Que si se reúnen los cuatro primeros espadas nacionales en una cafetería y resuelven nos evitarían autoengaños, con ilusiones de pureza democrática en los partidos. Están férreamente jerarquizados, como una familia numerosa en la que el mayor de los hermanos es el jefe, así pasen los años.
Por eso cuando uno vota para alcalde de su pueblo o presidente autonómico, como ayer, tiene la sensación de que si gana el tuyo gobernará si le dejan esos cuatros jinetes. Porque igual su alcalde o su presidente está en ese álbum de cromos general y es objeto de cambio por otros que, igualmente, corren el mismo peligro.
Sin embargo hay algunos que nunca salen en los sobres de cromos, como Irureta que en mi infancia no había forma humana de tenerlo para poder hacer un cambio por uno repetido. Y aquí, en Segovia, ha vuelto a ocurrir, y la victoria permite a la primera y única alcaldesa que ha tenido la ciudad, Clara Luquero, que su bastón de mando no corra el riesgo de ser objeto de trueque en el Azoguejo.
Su triunfo, bastante más ajustado de lo que refería el pronóstico general, y no depender solo de Ciudadanos permite a la candidata socialista respirar tranquila, dentro de lo que cabe, ante un eventual cambio de cromos, que era algo muy improbable pero que visto el escaso rubor por alcanzar el poder de estos tiempos, fíese usted.
Habrá previsiblemente un gobierno de izquierda, una película que ya hemos visto proyectada y que se prolongará hasta llegar a los dos decenios en 2023, si el cielo no se desploma antes sobre nuestras cabezas. A los socios habituales, PSOE e IU, se unirá Podemos, que entra en el álbum municipal, al que no ha podido acceder Vox por poco margen. El álbum estaba ya completo, en una noche electoral muy a la segoviana: compleja desde el punto de vista emocional y coronario.