Artículo de César Pérez Gellida publicado el 14 de abril del 2014 en El Norte de Castilla.
Cuando me enteré de que la fecha de las elecciones europeas era el 25 de mayo no pude por menos que resoplar con hastío. Quedaban siete semanas completas, con todos sus días, sus horas, sus minutos y segundos siendo bombardeados con propaganda política de destrucción masiva; acribillados en el clásico cruce de falsas acusaciones; ametrallados sin piedad contra el paredón de los medios de comunicación para, inmediatamente después, ser rematados con el clásico tiro de gracia participativo, ese que nos atraviesa el cerebro con proyectil del calibre «vote».
Pero en esta ocasión, con este cantinero, han pinchado en hueso.
Si tiene tiempo le sirvo un poco más de ese joven y se lo cuento.
Resulta que he adquirido un chaleco «antitodo». Es infalible, ya nada me afecta. Como lo oye. Ahora, cuando leo un titular relacionado con aquellos que nos metieron o estos que nos van a sacar, paso página como si tal cosa; en el momento en que escucho en la radio una palabra del listado tabú, cambio de emisora y, en cuanto reconozco en la TV un futuro candidato o un presente ya electo, mi dedo pulgar no para hasta encontrar la salida. Lo probé el día que Esperanza Aguirre salió a dar explicaciones ante los medios por su acto cargado de soberbia y velada impunidad. Me lo puse nada más ver esa estudiada cara de anciana a la que se le ha escapado el gatito no sabe cómo, se le ha subido al árbol del vecino.
Ni me enteré de lo que arguyó.
Además, la prenda en cuestión no cuesta nada y, aunque no está fabricado en kevlar ni en grafeno, viene totalmente acolchado de indiferencia. Es ligero, auto ajustable, unisexy talla única.