Artículo de César Pérez Gellida publicado en El Norte de Castilla el 16 de junio del 2014.
Al mismo tiempo que se procedía al encendido de los focos en los estadios brasileños se producía el apagón de las luces que enfocaban otros asuntos. Sucede cada cuatro años y aunque el fenómeno afecta a casi todos los rincones del planeta, en nuestro país la sombra del fútbol lo oscurece todo.
Vaya por delante que este cantinero disfruta como el que más con un evento deportivo de este calado y se emociona solo con pensar en la posibilidad de cosernos la segunda estrella en el escudo que adorna la roja. Fuimos campeones del mundo y eso no nos lo quita ni la Patronal ni el Gobierno. Somos legión los que pretendemos seguir disfrutando del viaje que arrancó hace seis años en Viena con Luis Aragonés y que todavía continuamos con Del Bosque, levantando una copa cada vez que nos apeamos del autobús.
Ahora bien, a muy pocos se nos escapa que durante esas cuatro semanas, en nuestras conversaciones sobre el asfalto nada de lo que suceda en España le va a robar el protagonismo a lo que ocurra sobre el césped. Ya pueden surgir una docena más de candidatos a la Secretaría General del PSOE que si nos preguntan por sus nombres recitaremos el último once titular de Vicente del Bosque. Pero esto no es nuevo, los romanos ya descubrieron los beneficios de entretener a las masas y lo resumieron con gran acierto en la expresión: panem et circenses. Un lástima que hasta nuestros días solo haya llegado lo segundo.
Dicho esto, permítame que haga a una reflexión personal muy de cantina: bienvenido sea el apagón. Porque la capacidad para masticar y digerir todo lo que nos están haciendo tragar es limitada –aunque Montoro piense lo contrario–; porque necesitamos una válvula de escape temporal y que cada uno lo celebre con la bandera que le parezca.
Necesitamos volver a sentirnos campeones del mundo, aunque sea de fútbol.
Y posibilidades tenemos.
¡Que nos sobra la casta, y podemos!
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