El otoño del PSOE histórico
Pedro Carasa
Vemos al PSOE como un árbol histórico de cuatro ramas que forman sus iniciales: partido político, ideología socialista, composición obrera y naturaleza española. Su tronco federal fue alimentado por unas raíces de 137 años y pensado para producir frutos de justicia, solidaridad e igualdad. Participó en gobiernos republicanos, ha ganado 17 elecciones, ha gobernado 21 años en la Transición, ha recibido más de un tercio de los votos, ha modernizado los movimientos sociales, la cultura política y el mundo laboral. Ha sido un pilar básico de la democracia en España.
Siguiendo el símil del árbol en las estaciones de la historia, parece que el partido culminó su otoño y comenzó a invernar. Como en la naturaleza, las instituciones deben adecuar sus ramas y hojas a cada etapa histórica, pero no deben perder la fortaleza de su tronco para seguir dando frutos. Al PSOE se le cayeron sus ramas y hojas originales, pero también perdió cohesión en su tronco federal, y dejó de dar sus frutos de justicia, solidaridad e igualdad.
Cuando nació todas sus iniciales eran imprescindibles. La “P” de partido político de masas, el primero de participación popular. La “S” por adherirse al socialismo y marxismo, la teoría social, política y económica más avanzada de entonces, defensora de la igualdad, la solidaridad y la justicia social. Comenzó con un programa ortodoxo y radical de lucha proletaria, de propiedad social y de poder político de clase. La “O” fue la letra más específica y la preferida por Pablo Iglesias, porque pretendió emancipar al movimiento obrero de la tutela de la burguesía demócrata y republicana, y quiso formar un partido político obrero y no burgués. La “E” aseguraba representar a toda la nación española, como otros partidos socialistas europeos que incluían en sus siglas el nombre del país. Se distinguía así de los emergentes partidos nacionalistas vasco y catalán, burgueses, conservadores, no internacionalistas y ajenos a la clase obrera.
Su tronco era federal, estaba internamente articulado de esa forma y proponía organizar España en Estados federales, simétricos y articulados. Pretendía romper con el centralismo españolista y evitar la ruptura estatal de los nacionalismos. Aunque el PSOE no consiguió introducir el federalismo en los debates constitucionales.
El otoño le llegó al árbol histórico del PSOE cuando se hizo socialdemócrata y burgués, apoyó al nacionalismo y amputó sus primeras ramas y hojas. Cayó la “O” de obrero, arrancada por varios vientos: conjunción republicano-socialista, alianza con la burguesía radical-intelectual, fracturas de sus comités y pugnas con comunistas y anarquistas. En la Transición la “O” sobraba en sus siglas y desapareció en los partidos autonómicos. Hoy es un partido de clases medias, aliado débilmente con el proletariado solo por el sindicato UGT.
También voló la hoja socialista. El congreso extraordinario de 1979 abandonó el marxismo, borró las raíces originarias del socialismo científico, olvidó la ascética de Pablo Iglesias, y diluyó su ideología en el sincretismo socialdemócrata. En la democracia el partido antepuso la modernidad a la igualdad, el crecimiento económico a la justicia social, y prefirió la identidad a la solidaridad entre las regiones. Un proceso propio del contexto del fin del socialismo real, del descrédito marxista y la caída del muro, que afectó a otros partidos socialistas europeos.
Perdió significado su letra “E”, eliminada en algunos partidos regionales. Dentro del partido se sugirió recientemente que esta letra significara europeo y no español. Padeció cierta sensación vergonzante de llamarse español, mostró ambigüedad ante el derecho a decidir y propuso un indefinido federalismo asimétrico, opuesto a su legado histórico de igualdad. Abandonó también el republicanismo, predominante en su historia, y apoyó la monarquía en la Transición.
Esta adaptación de ramas y hojas a las condiciones climáticas de la sociedad española le fortaleció y otorgó el poder. En la década de los ochenta modernizó y europeizó España, pero después, al perder el poder, el árbol histórico del PSOE abandonó sus viejos ideales, dejó su tronco resquebrajado y no produjo los viejos valores de igualdad y solidaridad. Su organización federal quebró al segregarse partidos autonómicos.
Se añadieron a este otoño institucional graves circunstancias que empeoraron sus efectos: la crisis de valores en las clases medias, la ruptura de la izquierda y la honda fractura territorial española.
El partido ha perdido una oportunidad de oro en la última crisis social para recuperar sus necesarios valores históricos. En ella ha cedido a la corrupción, se ha limitado a llorar por los recortes, ha debilitado su liderazgo y ha perdido el poder y el electorado. El PSOE no ha podido con la crisis y la crisis ha podido con el PSOE. Ha abjurado de su internacionalismo histórico, ha pactado con los nacionalismos y antepuesto lo particular a lo general y lo identitario a lo solidario. Ha postergado así el papel común del Estado que debía defender y lo ha dejado como un enemigo residual al que las Autonomías debían arrancar recursos.
España necesita hoy un partido socialista con sentido de Estado, descentralizado y federal, que cultive los frutos históricos de justicia, igualdad y solidaridad. Los electores comprometidos socialmente carecen de este instrumento para solucionar la grave deriva del problema territorial y la hondura de las desigualdades sociales.