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Pedro Carasa

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El impuesto de los tontos

El impuesto de los tontos

Pedro Carasa

Los romanos pacificaban al pueblo con pan y circo, los regeneracionistas lo tradujeron en España por pan y toros, hoy encandila más pan y fútbol. Esa combinación económica y cultural late en la Lotería Nacional. Propongo unas consideraciones  sobre este juego de azar gestionado por el Estado, que sigue entre nosotros tras superar guerras, crisis económicas, repúblicas, monarquías, dictaduras y democracias.

Lo intentó en vano Felipe II, pero fue Carlos III en 1763 quien creó la Lotería Real. Como toda reforma fiscal buscaba ingresos para la hacienda en crisis. Esquilache, inspirándose en la lotto napolitana, ideó el 10 de diciembre de 1763 (hoy hace 253 años) la lotería llamada Beneficiata o Primitiva, para congraciar la Corona con el pueblo. En 1769 se estableció en Nueva España otra Lotería de Billetes que inventó los décimos.

Entre 1808-12 en Cádiz se formó la Lotería Nacional para recuperar la hacienda exhausta por la Guerra de la Independencia. En 1811 el pueblo la llamó Lotería Moderna, distinta de la Primitiva, pero Cádiz la bautizó Nacional para subrayar la soberanía y borrar el apelativo absolutista Real. El marco era de otra crisis, España padecía hambrunas, epidemias, guerras y pérdida de 750000 habitantes.

En el siglo XIX la Lotería Nacional pasó a Madrid y se implantó en todas las cabezas de partido judicial. El Estado se quedó con el 30% de retención de lo jugado y el 10% de los premios. En la crisis de 1868 volvió a acentuarse su venta. En la crisis finisecular, el Estado cerró el monopolio suprimiendo todas las loterías particulares y extranjeras.

Las ventas durante la crisis de la guerra civil fueron el 3% de los ingresos del Estado. Coexistieron la lotería nacional de Sevilla y Burgos y la republicana de Madrid, Valencia y Barcelona. Los nacionales organizaron en 1936-37 Loterías Patrióticas pro combatientes en Zaragoza y Sevilla y restablecieron la Lotería Nacional en Burgos. Hubo algunos números con premios conciliadores agraciados en ambos sectores.

Como impuesto voluntario, la Lotería de Navidad recauda 3240 millones € vendiendo 160 millones de décimos, el Estado retiene 1500 millones € y reparte 2250 en premios. Lo llaman el impuesto de los tontos por conseguir ingresos a cambio de sueños. Su efecto sobre la sociedad es discutible, porque concentra riqueza; su práctica fiscal no es la mejor, porque contradice la justicia redistributiva. La sociedad del siglo XIX lo criticaba porque acentuaba el vicio del juego en los trabajadores. La lotería al final cultiva valores liberales y capitalistas.

Ha ascendido el volumen de ventas en una proporción parecida a la riqueza per cápita. Sin embargo, son menores los premios desde 1920, hasta caer al mínimo de 2016. Con el gordo de 1920 se compraban 50 casas, con el de 2016, es el más bajo de los 253 años, sólo una. Compran más lotería personas de perfil social medio-alto, con renta mensual de 1000/2000 €, en ciudades como Madrid, Murcia, Valencia, Barcelona y Bilbao; van a la zaga Andalucía, Galicia y Extremadura. Este comprador tipo tiene más estudios secundarios que universitarios. El ansia de incrementar fortuna empuja más a ricos que a pobres. No hay relación entre juego y religiosidad, pero sí crece con la edad, ya que los jóvenes se alejan de la lotería.

Los juegos de azar aparentan ser benéficos para hacerse atractivos con la dádiva; un disfraz de inocencia y seguridad. Este mensaje caritativo es el lanzado por el canto inocente de los niños huérfanos del Colegio de San Ildefonso, cantores de otros sorteos de bola o papeleta. Resulta extraño que hasta no hacerse mixto el colegio en 1984 no participaran niñas en el sorteo nacional.

Pero lo económico es lo menos importante de la lotería, laten en ella sentimientos y emociones que son más hondos. Contiene múltiples factores culturales que dibujan un buen caleidoscopio integral de nuestra sociedad: supersticiones, depresiones, euforias, sueños, encuentros familiares, experiencias de azar, excesos vacacionales, gestos benéficos, hasta estímulo de identidades nacionales.

Todos estos gestos intangibles importan al Estado. Está interesado en generar esperanzas en los compradores de lotería y prefiere que la fiesta y el juego estimulen una sociabilidad popular pacificadora de conflictos. El que manda busca sutilmente estrechar los lazos sociales con las participaciones de la lotería, porque refuerzan los lazos de familias, empresas, profesiones y clientes. Actúa de motor virtual de comunidad, la emotiva cantinela infantil anima a estos encuentros de convivencia.

Para el poder es bueno que la lotería alimente en la sociedad un afán de medrar y salir de la medianía. Porque es la clase media la mayor compradora de décimos para su mejora social. Soñar un premio incluye una esperanza de huida de la realidad, salir de pobre, hacer un corte de manga a tu jefe, alcanzar al grupo holgado que has envidiado, desahogarte de las hipotecas y abandonar la sensación de crisis. Los juegos abren estos puntos virtuales de fuga y aflojan tensiones en la sociedad, actúan de ficticias válvulas de escape muy eficaces a la hora de templar reacciones. Estos mensajes subyacen en sus campañas de propaganda.

El producto “cultural” que vende el Estado con este juego puede ser superior al premio económico. Hay miles de anhelos e ilusiones que sólo se venden y comparten con la lotería.

Editado en papel en El Norte de Castilla de 10 de diciembre de 2016

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Sobre el autor

El Mirador de Clío está redactado por Pedro Carasa, un historiador que tratará de observar el presente desde la historia. Se evoca a Clío porque es la musa griega de la historia y de la poesía heroica, hija de Zeus y Mnemósine, personificación de la memoria. El nombre de mirador indica que la historia es una atalaya desde la que proyecta sus ojos el historiador, como un busto bifronte de Jano, que contempla con su doble mirada el pasado desde el presente y el presente desde el pasado.