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Pedro Carasa

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La Noche de San Juan

La Noche de San Juan

Pedro Carasa

La fiesta del solsticio de verano invita al historiador a bucear en sus cimientos, en el instinto colectivo, los sueños quiméricos, la costumbre prohibida, los rituales descarados de una sociedad. Los vemos aflorar reiteradamente en nuestra sociedad. Esta noche de San Juan destapa raíces de la cultura popular, aunque parezca un decorado pintoresco y anecdótico, apunta latentes tensiones y conflictos de la calle. También enmascara dominaciones propias de la cultura del poder. Repasemos algunos escenarios contradictorios de esta fiesta.

Celtas y romanos expresaron sus esperanzas populares en la noche de la puerta del verano. Celebraron el culto al sol, los ciclos de la naturaleza, el día más largo y la noche más corta, la puerta de la cosecha, la vuelta a la calle o el final de los estudios. El ritual era lavarse la cara, saltar hogueras, bañarse en el mar para purificarse, recordar mitos de identidad, rememorar antepasados, cerrar el presente y soñar el porvenir, espantar los malos espíritus, o danzar para alcanzar el amor y la fertilidad. La Noche de San Juan lo ha cristianizado recordando a su padre Zacarías, que saltó por encima de las llamas recitando cánticos para anunciar el nacimiento de su hijo.

Aún subsisten sus leyendas, como la de Anjana, hada buena del bosque que ofrece un trébol de cuatro hojas para ahuyentar a los tres caballucos alados del diablo. En la montaña de León se celebra la Xana, en el Bierzo la Noche Mágica en Balboa, en San Pedro Manrique el sendero de ascuas y la fiesta de las Móndidas, en Navasfrias y Robleda los encierros y capeas, en Velilla del Río Carrión los ritos celtas del fuego y el mercado Tamárico. Desde entonces, la vigilia del 21 al 22 de junio sigue siendo una fiesta simbólica de fuego, baños, hierbas, canciones, danzas, utopías y protestas.

Toda fiesta tradicional, sea oficial o popular, está trenzada de tramas tirantes individuales y colectivas, enfrenta aspiraciones de la persona y la comunidad. El fuego, la música, el vino y la danza refuerzan lo colectivo, pero al tiempo incitan al individuo a situarse fuera de la horma social.

Late en la fiesta también la tensión de la autoridad y el pueblo, que no coinciden en sus objetivos y ritos. Al poder le interesa usarla como válvula de escape de las tensiones entre el que manda y el que obedece, mientras el pueblo prefiere romper el orden y exhibir la crítica.

Batallan también en la fiesta la utopía y la realidad. La tradición, la autoridad y la religión alientan a festejar valores ideales e identidades, pero la diversión pide al ciudadano olvidar teorías y desahogarse de la brega diaria. La fiesta debe hacer catarsis de la vida social, desordenar jerarquías, destruir reglas y romper la rutina de espacios y tiempos; el individuo busca el placer del exceso verbal y del comportamiento licencioso.

En la fiesta chocan el relato pasado oficial y la identidad presente. Mientras los promotores evocan símbolos naturales, patrióticos o religiosos, al individuo le apetece el jolgorio sin comeduras de coco. Y si nacen ideas en la fiesta no es para repetir ceremonias, sino para afear al poder y reivindicar lo que te apetece y no tienes.

En la fiesta pugnan el orden y la rebeldía, el adoctrinamiento y la protesta. La fiesta necesita espacios burlescos y satíricos que pueden llegar a la ofensa, por eso siempre hay provocaciones antisistema. Para el poder religioso es una ocasión de pecado. El poder político programa fiestas para legitimar su proyecto y socializar sus consignas, pero las prohíbe cuando el pueblo contesta su hegemonía política, cultural o religiosa.

El poder y el pueblo han modificado la fiesta española desde la Transición. Desde arriba se ha municipalizado, nacionalizado y politizado el contenido de la fiesta al mitificar relatos patrióticos torciendo o inventando datos históricos. Desde abajo los nuevos movimientos sociales han vaciado las fiestas tradicionales, las redes sociales las han banalizado y el fútbol las ha acaparado. Al borrar los ritos de la vieja fiesta con lemas ecológicos, gais o de regeneración democrática, la fiesta se reduce a mitin y reivindicación. Los populismos utilizan las fiestas radicales para dar protagonismo a la gente en la calle fuera de las instituciones. Las prohibiciones provocan boomerang y convierten la rebelión en fiesta.

La noche de San Juan vallisoletana del año 2000 fue buen ejemplo de esta pelea entre el poder y el pueblo. Las hogueras se venían celebrando en la ribera de la Esgueva del Prado de la Magdalena y su casa de las chirimías, luego en el Nuevo Espolón del Pisuerga, finalmente en las Moreras. El alcalde prohibió las hogueras de las Moreras, por creerla poco más que un macrobotellón en la playa, y las expulsó al cemento del real de la feria. Izquierda Castellana organizó la desobediencia en el Pisuerga y la noche se saldó con 41 heridos y 4 detenidos. Una Asamblea contra el Fascismo y la Represión mantuvo vivo el fuego tradicional en las Moreras para bailar, comer y quemar sus deseos escritos en papel. El ácido debate de prensa, tele y calle le hizo perder el pulso al alcalde. Las Moreras han resultado icónicas, aun el acalde socialista las ha ocupado con una performance por los refugiados.

Tal vez los alcaldes deban aprender que ni las fiestas ni las Moreras son suyas, pues pertenecen al pueblo y hay que respetarlas.

Publicado en El Norte de Castilla del 19 de junio de 2017

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Sobre el autor

El Mirador de Clío está redactado por Pedro Carasa, un historiador que tratará de observar el presente desde la historia. Se evoca a Clío porque es la musa griega de la historia y de la poesía heroica, hija de Zeus y Mnemósine, personificación de la memoria. El nombre de mirador indica que la historia es una atalaya desde la que proyecta sus ojos el historiador, como un busto bifronte de Jano, que contempla con su doble mirada el pasado desde el presente y el presente desde el pasado.