Matamoros
Pedro Carasa
Santiago patrón de España y la fiesta nacional del Pilar vinculan la identidad de España a leyendas paleocristianas, a mitos bélicos de la Reconquista medieval contra el Islam y a la exaltación religiosa de la monarquía absolutista. Con Santiago celebramos la herencia histórica de una vieja teocracia de cruz y espada, la memoria de una sociedad cristiana vencedora de la guerra santa contra los moros, y los símbolos de una monarquía elegida por la gracia de Dios para convertir infieles.
Siguiendo mitos celtas del Finisterre y tradiciones cristianas, se dice que Santiago el Mayor, el Hijo del Trueno, predicó en Hispania, se le apareció la Virgen del Pilar en el año 40 para alentarlo, y fueron trasladados sus restos en una barca de mármol a Compostela. Muchos símbolos medievales convirtieron al apóstol en líder de la Reconquista, como las estrellas y los cánticos aparecidos al mítico eremita Pelayo en Compostela en el 813, la proclamación del apóstol Santiago Patrono del Reino por Alfonso II, y la construcción de un santuario en el cementerio jacobeo. Nació el mito del Matamoros cuando Santiago se apareció en la batalla de Clavijo (844) como soldado de Cristo, sobre caballo blanco, con espada y cruz bermeja de sangre sarracena. Merced a él, Ramiro I venció a los musulmanes de Abderramán II. Surgió también la leyenda del caballo blanco y la cruz de San Jorge, Patrono de Aragón, con 4 cabezas cortadas de reyes sarracenos, que ayudó a Pedro I a vencer en 1096 a los musulmanes en Alcoraz.
España se llenó de imágenes del Matamoros y mil pueblos lo declararon patrono. Se veneraron reliquias (hasta la herradura del caballo blanco), los campesinos pagaron el tributo del Voto de Santiago, se creó la Orden de Santiago para apoyar la cruzada, se consagró Compostela como Santo Lugar, y se repartieron indulgencias de peregrinación. El Codex Calixtinus de 1140 sirvió de guía de la ruta.
El tránsito del Camino sacro consolidó los burgos reconquistados desde Roncesvalles a Santiago. Los cristianos repoblaron el itinerario con puentes, hospitales, monasterios, iglesias y catedrales, y se organizaron con presuras, señoríos y pueblas. También se perdió parte del excelente patrimonio de la cultura musulmana, si bien por fortuna perviven 4000 palabras árabes en el diccionario.
Entró así en España la idea de la Cruzada, una guerra santa en la que Dios luchaba con los cristianos contra los moros. La Reconquista y las expulsiones de moros y judíos interiorizaron en los españoles la convicción de ser una nación elegida para erradicar los errores religiosos de Occidente e impregnaron la sociedad de cierta fobia musulmana y de un militarismo salvador. Los Reyes Católicos construyeron su hospital en Santiago, Fernando el Católico el de San Marcos en León y Alfonso VIII el del Rey en Burgos.
Santiago también animó la conquista de América, como un ‘trueno’ transfigurado en guerrero sobre corcel blanco, para ayudar a los cristianos, donde dio patronazgo y nombre a numerosas ciudades. La literatura de la edad de oro reflejó este patronazgo, don Quijote alegó “simplicísimo eres, Sancho, mira que este gran caballero de la cruz bermeja háselo dado Dios a España por patrón y amparo suyo”; Quevedo escribió que “Dios hizo a Santiago patrón de España, que no existía entonces, para que cuando llegue el día pudiera interceder por ella y volverla otra vez a la vida con su doctrina y con su espada”. En 1630, la monarquía absoluta nombró a Santiago Patrón de España.
Bajo la dramática imagen de los moros a los pies del caballo y con el grito ¡Santiago y cierra, España!, la Corona se sintió protegida por Dios y España se creyó elegida para una misión mesiánica. Varias armas del ejército se cobijaron bajo el patronazgo jacobeo y utilizaron sus consignas. El carlismo y el integrismo católicos del XIX (hasta la leyenda del caballo blanco de Pavía contra la I República) reforzaron la tradición jacobea y la guerra santa. La II República dejó de lado esta creencia, pero las dictaduras volvieron a legitimarse con la cruzada de Santiago. En el siglo XX, los historiadores liberales Sánchez Albornoz y Vázquez de Parga declararon la tradición jacobea falta de argumentación histórica y legendaria en origen. En la guerra civil se exaltaron estas ideas míticas y se veneró a Franco como un nuevo Cruzado. Confesó que en la batalla de Brunete vio a Santiago en su caballo blanco (con boina roja y camisa azul bajo el casco) matando a masones y comunistas, enemigos de la España católica. El Pilar y Santiago aparecerán desde entonces en las Enciclopedias escolares como referencias religiosas de la reconstrucción de la Nueva España.
Santiago nos ha dejado así dos legados. Un patronazgo de espíritu bélico, expresado en la imagen del Matamoros, que nos retorna a la herencia medieval de una España cerrada y arcaica. Pero contamos con otro patrimonio jacobeo, abierto y nuevo, que es el Camino de Santiago, germen de una fecunda circulación cultural que potencia nuestro origen europeo.
La Transición ha potenciado con acierto el firme legado de la ruta jacobea (se prevén 300000 peregrinos en 2017). Sin embargo, ha pervivido el viejo patronazgo de Santiago, memoria inquietante de una violenta cruzada contra los musulmanes. Las guerras santas no son recuerdos apropiados para una España aconfesional que hoy lucha contra el yihadismo.
Original publicado en El Norte de Castilla del 22 de julio de 2017