La familia en la crisis
Pedro Carasa
Familias y crisis tuvieron una relación interactiva en la historia, aquéllas mitigaron siempre los golpes sociales de las crisis históricas y éstas renovaron los modelos familiares obsoletos. Conocemos mejor el papel amortiguador de la familia que las hondas renovaciones generadas por las crisis. Ahora es fácil ver cómo el colchón familiar ha superado el conflicto de 5 millones de parados mejor que ONG, sindicatos o partidos. Es más difícil analizar cómo la crisis actual ha renovado la familia tradicional y la ha adaptado a la nueva sociedad. Decir que la crisis ha roto la familia es una visión histórica superficial, una mirada más honda percibe que la ha cambiado echando semillas revolucionarias que alumbrarán un renovado modelo familiar.
Los historiadores no hemos ahondado en la relación de la familia con los sistemas sociales y económicos, ni en su interactividad con las crisis. Los materialistas abandonaron la familia en el desván ineficaz de las mentalidades, la izquierda española la despreció como tradicionalista, retardataria y conservadora, como un instrumento moral de la Iglesia o de clase burguesa. La economía clásica tampoco ha analizado la familia como un factor necesario para la sostenibilidad de la economía y la sociedad. La cultura católica ha cultivado la familia como un reducto seguro, lastrada con maniqueísmos sexuales, con parentescos pasivos de maternidad tradicional y jerarquía patriarcal, con una convivencia resignada y tradicional. Los sociólogos y teólogos protestantes en cambio han valorado la familia como importante motor renovador de la sociedad. Los historiadores hoy descubrimos esa oculta función de sostenibilidad social de la familia gracias a la economía informal de la supervivencia y del cuidado, que, sin computar en la contabilidad, aseguró la básica labor de formar, alimentar y socializar a los miembros de la sociedad.
Varias crisis históricas adecuaron la familia a los cambios sociales y los hábitos culturales. Fue importante el paso de la antigua familia extensa a la nuclear, impulsado por la burguesía liberal del XIX. Su economía de subsistencia permitió sobrevivir al depredador capitalismo industrial, lo hizo productivo al sustentar al trabajador. La socialización de la familia sostuvo el mercado laboral y permitió la acumulación de capital. Sus valores callados de convivencia, supervivencia y unidad educaron a los trabajadores más que los sindicatos o las políticas sociales del débil Estado. En ella, la mujer sobrevivió sometida a la desigualdad del patriarcado.
La colaboración de las familias de los trabajadores fue necesaria a fines del XIX para formar los movimientos sindicales. No entramos en la dramática retaguardia familiar que aguantó la guerra civil, ni en la famélica postguerra heroicamente resistida por las familias españolas supervivientes del racionamiento. Porque también el franquismo forjó una familia nacionalcatólica que le fuera fiel. La profunda crisis del desarrollismo de los años sesenta fue fructífera gracias a la actitud valiente de cambio social y flexibilidad con que la familia española se renovó haciendo posible la posterior transición democrática.
Desde fines del siglo XX unas nuevas situaciones sociales, culturales, demográficas y económicas vienen replanteando varias funciones arcaicas de la familia tradicional: La atrofia de la educación familiar por la masificación de la pública, el encargo formativo al preescolar, la socialización de los hijos en manos de amigos, medios de comunicación y redes sociales, la secularización mayoritaria de la familia, la ambigüedad sexual del matrimonio, la extensión del divorcio, la práctica del aborto, la frecuente violencia intrafamiliar, la aparición de múltiples tipos de hogar, la reducción de miembros, los aprietos de la vivienda, la caída de la natalidad, el envejecimiento, la salida de jóvenes al exterior, el desempleo de recién titulados, la débil autonomía de un tercio de hijos mayores de 25 años viviendo con sus padres, la incorporación de la mujer al trabajo, la exigencia de igualdad y conciliación, la intensa movilidad profesional, la reducción salarial, la precariedad laboral, el gasto en protección a la familia mitad del europeo, la supervivencia con la pensión del abuelo, la repercusión de la crisis del Estado de Bienestar, los servicios mercantiles que vacían la cultura del cuidado en el hogar, la avanzada demanda de sanidad que excede el domicilio, la pérdida de comunicación familiar por la invasión del trabajo y las comunicaciones. Éstas y otras semillas están gestando otra versión de la familia, más ajustada a los cambios sociales, que no desaparecerá, sino que se adecuará a las nuevas generaciones.
La crisis ha evidenciado algunos déficits actuales de la familia nuclear tradicional. Hoy aparece como estrecha, rígida, jerárquica, patriarcal, desigual en género y derechos, intolerante en sexos, con procreación única, y no exenta de violencia callada. La praxis familiar de los jóvenes reclama abrirla política, jurídica y socialmente. Por eso están formando ya una familia nueva, flexible, abierta, igualitaria, no jerárquica, poco nuclear, intersexual, no localizada, sin fijeza domiciliar, menos duradera, secularizada y conciliada con el trabajo.
Ha sucedido lo habitual en la historia, no sólo que la familia ha aliviado la crisis, sino sobre todo que la crisis ha renovado la familia.
El artículo fue editado en El Norte de Castilla del 12 de agosto de 2017.