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Pedro Carasa

El Mirador de Clío

Debilidad del Estado y fracaso de las Autonomías

Debilidad del Estado y fracaso de las Autonomías

Pedro Carasa

Ante el reto independentista catalán se ha descartado, con razón, la solución militar. La respuesta política ha llegado tarde y ha sido incapaz, ni el ejecutivo ha llevado la iniciativa, ni el legislativo fragmentado ha articulado una contestación de consenso político. Ha sido la actuación judicial la que ha controlado, no solucionado, el problema. In extremis y tarde ha aparecido el poder económico fugando empresas, lo que ha desorientado al independentismo rompiendo su cántaro de leche. Concluimos que el Estado ha sido débil y las Autonomías han fracasado y generan problemas.

Los políticos no ven las raíces de la enfermedad y no descubren su etiología, diagnóstico y tratamiento. Falta perspectiva histórica. Estamos ante un problema cultural de hondo calado contemporáneo que no se resuelve con medidas instantáneas, ni con violencia, ni con diálogos o negociaciones, ni con movilizaciones y mítines, ni con banderas españolas, esteladas o blancas.

El Estado de las Autonomías de 1978 muestra limitaciones y contradicciones. Los regionalismos y los nacionalismos nacieron históricamente de la debilidad del Estado español que hoy está siendo socavado por una de sus hijas rebeldes.

El Estado liberal fue débil por no ordenar eficazmente su territorio nacional en el XIX. Tras perder sus territorios coloniales, los liberales sólo centralizaron los niveles municipal, provincial y estatal. Una oportunidad de reforzar el Estado se perdió con los rexurdimentos y renaixenças que avivaron la cultura local y germinaron un buen modelo federal durante la I República. Desgraciadamente lo abolió la monarquía centralista de la Restauración que desarmó más al Estado y siguió deteriorando el nacionalismo español.

Desde fines del XIX, el Estado enflaqueció exteriormente en América y Europa y se rompió interiormente por la pugna de sus regiones, aquejado de foralidades y desigualdades. Al no estar cohesionado su territorio y carecer de una cultura nacional, el nacionalismo español fue descalificado por los nacionalistas y regionalistas. Eran fuerzas conservadoras, vinculadas a monasterios y sacristías, que contribuyeron a evitar el sentido de Estado. Sin una cultura democrática madura, el Estado español enfermó en una profunda crisis encadenada por la dictadura, la guerra y otra dictadura.

La II República no recogió la cultura estatal del viejo federalismo simétrico de 1873 y toleró una carrera de estatutos de autonomía, sin un plan previo que los articulara en un Estado superior. Desde 1934, los partidos nacionalistas conservadores pactaron estratégicamente con la izquierda, los vascos con los socialistas y la Lliga con los republicanos. Se produjeron así los primeros brotes secesionistas.

Reforzó esta falsa pátina progresista del nacionalismo la represión de la dictadura de Franco contra sus lenguas y líderes. La oposición al franquismo creó una izquierda aliada a los nacionalismos foralistas que perdió en su compañía los básicos valores de igualdad y solidaridad. Esta izquierda, más nacionalista que estatalista, fue capaz de justificar el terrorismo etarra que causó mil muertos y no reforzó al Estado, como era su obligación.

Desde 1977 el pacto constitucional puso a este débil Estado español bajo la presión de los nacionalismos apoyados por la izquierda. La Transición no resolvió el problema, camufló las naciones bajo las equívocas nacionalidades, diseñó un sistema de autonomías desiguales, marcó diversas vías de acceso, creó excepciones históricas, no puso techos competenciales, dejó el modelo abierto a la competencia y no impuso un senado territorial. Con ello, ablandó más al Estado; quedó reducido a un tercio de competencias e ingresos y eliminó su presencia en las Comunidades. Varios Estatutos ahondaron las desigualdades, pelearon por más competencias, los nacionalistas aspiraron a la independencia y evitaron el “café para todos”. De aquellos polvos vienen estos lodos.

La práctica electoral y parlamentaria ahondó la debilidad del Estado, dio más representación a los pequeños PNV y CiU, convertidos así en fieles de la balanza para esquilmar los presupuestos y acaparar más recursos y poderes. Equivocadamente se les dio la gestión de la educación, de forma que la manipularon para construir relatos históricos favorables a sus identidades y opuestos a la España enemiga. Obtuvieron también el pacto de inclusión lingüística, que acabó marginando el español. Colegios y universidades han inoculado la cultura altanera de odio a lo español como opresor, explotador e inferior. Al tiempo, se ha devaluado lo catalán en España. Esta herida en la sociedad española y catalana pervivirá varias generaciones.

La sociedad española, mal informada por una prensa populista o adicta a su poder, ha mirado a otro lado mientras se cernía la ruptura. Sólo el rey ha estado en su sitio. El ejecutivo y el legislativo perdieron la Diada, el 1-O, la imagen internacional y la confianza de los españoles. El caos catalán pretende ahora concesiones bajo el chantaje de la negociación o la mediación.

La España de la Autonomías ha fracasado por no conseguir la autoestima del país, ni generar referencias de igualdad y solidaridad, ni lograr un sentimiento de unidad nacional. Un pacto parlamentario de tres quintos, con los socialistas, debería reformar la Constitución, para que un Estado fuerte, federal y simétrico gestione la educación e iguale el territorio.

Editado en El Norte de Castilla, del día 17 de octubre de 2017

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Sobre el autor

El Mirador de Clío está redactado por Pedro Carasa, un historiador que tratará de observar el presente desde la historia. Se evoca a Clío porque es la musa griega de la historia y de la poesía heroica, hija de Zeus y Mnemósine, personificación de la memoria. El nombre de mirador indica que la historia es una atalaya desde la que proyecta sus ojos el historiador, como un busto bifronte de Jano, que contempla con su doble mirada el pasado desde el presente y el presente desde el pasado.