La Semana de Cine Religioso en el último Franquismo y la Transición padeció tensiones porque sus arcaicas raíces la hacían incompatible con los cambios sociales. Pero consiguió sobrevivir y adaptarse a la evolución de la sociedad vallisoletana. Se ha atribuido con razón este mérito a la habilidad de sus promotores, pero creemos que también hay que valorar la aportación del público vallisoletano, que obligó a saltar las barreras nacionalcatólicas y forzó a sus gestores a adaptarse a la sociedad cambiante de los años 1960-80. Esta realimentación entre público exigente y hábiles gestores fue decisiva para que la franquista Semana de Cine Religioso se transformara en Semana Internacional de Cine en la Transición.
El Valladolid pobre, patriótico y piadoso de la autarquía franquista ruralizó su sociedad, sacralizó su cultura y generó pobreza y aislamiento. Su ayuntamiento falangista exaltó el patriotismo y el onesismo (el alcalde militar africanista González Regueral erigió el monumento a Onésimo), y animó masivas manifestaciones nacionalcatólicas. Por ello apoyó en 1956 difundir la Semana Santa con la Semana de Cine Religioso. La diócesis oía las pastorales del arzobispo García Goldaraz, un implacable censor de los peligros morales del cine, que se prohibió en la semana de pasión. Eran los dictados del ministro integrista Arias Salgado, un campeón de las postrimerías –al decir de Pemán-, que llenó el cielo de multitudes salvadas gracias a la censura. El SEU y el Sindicato de Espectáculos acapararon las actividades sociales y culturales, y muchas asociaciones religiosas (Kostkas, Luises, Acción Católica) coparon la ciudad. Los periódicos Libertad y Diario Regional fueron los más influyentes entonces, mientras El Norte fue más crítico.
La Semana de Cine Religioso nació débil y vieja, sin reglamento, ni jurado, ni premios. Su primer cartel ofreció un aspecto de cruzada. Buscó proteger los valores morales y católicos en las pantallas, y apostó por el género del cine religioso a destiempo, porque enseguida no consiguió este tipo de películas que decayeron con la apertura del Vaticano II.
Como promotor destacó el emprendedor delegado de Información y Turismo y concejal Antolín de Santiago. Le aportaron ideas y empuje los estudiantes Melgar y Huerta, del SEU y del católico Diario Regional. El secretario Olivera Garrido colaboró con la Semana convencido de que Valladolid estaba aureolado de un espeso halo de religiosidad. Algunos jesuitas, como Landáburu y Staehlin, aportaron gestión y conocimiento. Incluso el cura progresista Martín Descalzo colaboró en las Conversaciones. Luego descollaron los directores Vicente A. Pineda y Carmelo Romero.
Sus galardones tuvieron significado religioso, como el Dom Bosco en 1958, el Lábaro (de simbolismo constantiniano) desde 1959-74, la Espiga (simbolismo paleocristiano y de economía vallisoletana) que premió valores humanos desde 1960, el San Gregorio y el Ciudad de Valladolid para la convivencia entre pueblos, en 1963. Después incluyeron el logo hispánico de la Carabela.
Fue costoso deshacerse del arcaísmo inicial. Sufrió repetidas crisis, en 1958 el choque con Goldáraz por la censura de Las Noches de Cabiria, en 1960 por descenso de público y nuevos problemas de censura, en 1964 por el impacto del Vaticano II, en 1965 otra vez la censura hizo dimitir al director Pineda, y entre 1969-73 experimentó otra larga caída. Tras la recuperación de 1974-75 recayó en otra crisis entre 1978-83. Después ya con Fernando Lara se abrió una nueva etapa.
Dada la importancia de la audiencia, a veces pusieron sólo un jurado de público y aceptaron la opinión de los espectadores. Desde 1958 cultivaron la reflexión teórica en las Conversaciones Nacionales de Cine Católico, incluso en 1962 fundaron la Cátedra de Historia y Estética de la Cinematografía. En 1967 incluyeron los ciclos, y en 1986 incorporaron Tiempo de Historia.
El cambio social de los 60 abandonó muchos valores tradicionales, quebró la familia patriarcal, secularizó los hábitos sociales y transformó las relaciones laborales. Apuntaron las primeras inquietudes sindicales en Sava, Nicas, Endasa y Fasa, aparecieron los curas obreros y protestaron las incipientes asociaciones de vecinos. Los estudiantes, excitados en 1975 por el cierre de la Universidad, generaron inquietantes núcleos de protesta y renovación cultural.
Las recuperaciones de la Semana se debieron a la generación de alcaldes como Gutiérrez Semprún, Santiago López, Martín Santos y Antolín de Santiago, junto a otros profesionales, que apostaron por renovar la ciudad en esas décadas. Pero insistimos en el influjo de los estudiantes de Valladolid, ávidos de nuevos aires culturales que veían en el cine la ventana al exterior donde encontrarlos. Asistían masivamente, pateaban en los cines, criticaban y aplaudían a rabiar, aguantaban largas colas de taquilla (recuerdo la mía en La naranja mecánica). Frecuentaron influyentes cineforums, donde alimentaron la movilización universitaria y la oposición franquista.
Así la Semana se despegó del objetivo religioso, derivó a los valores humanos en 1960, se asomó al exterior en 1973 como Semana Internacional de Cine, y en 1979 dejó de celebrarse en Cuaresma para trasladarse a octubre. Pero lo más importante es el doble legado que dejó al público Valladolid, se benefició del estímulo de sus espectadores y los formó con fina cultura cinéfila.
El original se publicó en El Norte de Castilla del 10 de noviembre de 2018