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Pedro Carasa

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Política líquida

Política líquida

Pedro Carasa

A los cuarenta años de la Constitución, como historiador percibo que se ha debilitado su sistema político y amenazado la unidad territorial de España. La crisis política toca fondo y deja en el sentir popular un poso de debilidad democrática, un deterioro externo de sus poderes y partidos y una disolución interna de varios conceptos básicos. El periodismo ha divulgado estas versiones superficiales de los principios políticos.

Se ha desgastado la monarquía con la abdicación y los problemas de la familia real. Han aflorado debilidades en los poderes legislativos del Estado, incluso un parlamento autonómico ha negado la soberanía de España, ha declarado la independencia unilateral y ha desobedecido al TC. Las Cortes han perdido el consenso territorial de la Constitución y han priorizado los intereses autonómicos sobre los estatales. En la calle se ha manchado el prestigio parlamentario y en los escaños se ha degradado el debate con banalidades, expulsiones, insultos y gestos soeces. La fragmentación parlamentaria ha practicado alianzas que restan coherencia a la representación y eficacia al gobierno, ha mezclado ideologías y falseado la intención de los votantes. Como decía Alberti, el viento político se ha vuelto loco, ha juntado todas las hojas y confundido las siglas.

Los partidos mayoritarios han diluido su teoría representativa y roto su práctica bipartidista. Amenazados por el sorpaso, enfermos por corrupción, fracturados por dentro, carentes de líderes, rodeados por el antifascismo de CDR y la reconquista de VOX, solo crean gobiernos inestables.

Los poderes ejecutivos han gobernado en funciones, se han enredado en investiduras indigestas, han sido expulsados del poder por corruptos y aupados por mociones de censura sin convocar elecciones. Incapaces de aprobar los presupuestos, se han saltado procedimientos parlamentarios y gobernado por decreto. Han dimitido ministros por titulaciones irregulares, han tropezado en grabaciones, redes sociales y pactos contra la democracia. Incluso esta debilidad, tapada con el mantra del diálogo, les ha sometido a las condiciones soberanistas.

El poder judicial también está herido. Ha empañado la separación de poderes, se le ha acusado de politizar la justicia y de judicializar la política, y ha sido enmendado por tribunales europeos e incluso por el propio ejecutivo. En la situación crítica de la más grave ruptura territorial histórica, la imagen de la justicia ha sido humillada, el proceso se ha ensuciado en Europa con fugas y mentiras independentistas y dentro ha soportado pintadas y lazos amarillos de presos políticos y exiliados. Otras sentencias de hipotecas y manadas han venido a rematar su prestigio judicial, hasta creer que está controlado por la banca.

Además de esta debilidad de los tres poderes del Estado, en la cultura popular se ha producido un reblandecimiento de algunos conceptos constitucionales que podemos denominar política líquida. Proliferan en la calle tópicos blandos como que la democracia es meter una papeleta en una caja de cartón, la monarquía es una antigualla dinástica contraria a la democracia, la soberanía es la posibilidad de todo pueblo para hacer lo que quiera sin atenerse a la ley, el parlamento es un escenario donde las elites corruptas riñen por sus intereses.

Esta liquidez afecta a interpretaciones políticas de la historia: Hay que deshacer la Transición impuesta por una elite excluyente, sólo la República solucionó los problemas sociales, el Estado español está contaminado por el franquismo y para arrancarlo hay que vengar el olvido de los vencidos con la humillación de los vencedores.

Han sido el nacionalismo y el populismo los causantes de esta liquidez de conceptos. El independentismo ha conseguido debilitar al Estado vaciando los conceptos de soberanía, monarquía, democracia, urna, referéndum y separación de poderes. Desde 1985, la nefasta ley electoral convirtió a las minorías nacionalistas en bisagra para depredar competencias y presupuestos y alimentó el soberanismo. Se han usado los mitos nacionalistas: Un pueblo milenario superior, una nación basada en etnias, lenguas y falsedades históricas, una soberanía popular que legitima el referéndum por encima de la ley, una identidad catalana que es superior a la igualdad de los españoles, un Estado español que les roba, una Constitución autoritaria que les aprisiona y una independencia unilateral que no es rebelión ni sedición por no usar las armas. Acabamos de ver en Andalucía cómo estos mitos nacionalistas catalanes han movilizado electores.

También el populismo ha contribuido a la liquidez de la política. Emergido en la crisis, se decía rompedor y sin afán de poder, pero cuando lo abrazó cayó en las servidumbres de los viejos partidos. Los populistas han debilitado al Estado dando a la gente lo que quiere, practicando una interesada transversalidad ideológica, minando la monarquía, criminalizando a la elite corrupta, diluyendo el concepto de partido político en convergencias, mareas y comunes, agitando la calle y haciendo teatro en el escaño.

Si Bauman y Hughes interpretaran este oscuro panorama con el optimismo de su pensamiento líquido, albergarían la esperanza de que en estas ruinas de nuestro sistema político clásico y racional se están sembrando las semillas de una nueva cultura política, adaptada a la nueva realidad social, que mejorará la vida de nuestros nietos. ¡Ojalá!

 

Publicado en El Norte de Castilla del 8 de diciembre de 2018

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Sobre el autor

El Mirador de Clío está redactado por Pedro Carasa, un historiador que tratará de observar el presente desde la historia. Se evoca a Clío porque es la musa griega de la historia y de la poesía heroica, hija de Zeus y Mnemósine, personificación de la memoria. El nombre de mirador indica que la historia es una atalaya desde la que proyecta sus ojos el historiador, como un busto bifronte de Jano, que contempla con su doble mirada el pasado desde el presente y el presente desde el pasado.