El miedo forma parte del hombre y de la sociedad. No hablamos aquí del miedo personal de supervivencia o religión, reflexionamos sobre los miedos sociales que influyeron en la historia y que siguen presionándonos hoy.
El miedo defendió a los depredadores de animales en la naturaleza para sobrevivir como especie en la prehistoria, y seguimos programados para que nos prevenga ante los riesgos. También late en mensajes cristianos como más allá, pecado, juicio final, condenación, sacrificio, dolor, temor de Dios o infierno. Aun hoy nos estremecen los miedos del extremismo religioso violento.
Virgilio en la Eneida dijo que el miedo era cosa de pobres y cobardes, y muchos mitos clásicos ensalzaron al héroe fuerte y denostaron al débil medroso. Los medievales temieron la peste, el hambre, la guerra, el milenarismo, las brujas aliadas con el diablo y la condenación eterna, simbolizadas en los capiteles con monstruos y fieras.
A pesar de que el humanismo renacentista quiso liberarnos de esos miedos apelando a la capacidad del hombre para explicar la realidad, la exageración emocional del barroco volvió a exhibir el miedo como influyente recurso religioso, estético y político. El racionalismo intentó otra vez liberar al hombre de miedos irracionales, incluso el movimiento campesino de la Grande Peur en la revolución francesa utilizó el miedo como rebelión popular para suprimir privilegios feudales e implantar la igualdad de los hombres ante la ley. Pero de nuevo el romanticismo del XIX exaltó el miedo como excitante pasión humana en cuentos y novelas como Drácula o Frankenstein.
Los regeneracionistas a principios del XX insistieron en el miedo y la enfermedad para avivar a la España que veían muerta. Tras una breve prosperidad, nos sacudió el pánico bursátil del 29 (anticipo del Lehman Brothers) y se generalizó el terror militar arrasando occidente con guerras coloniales y dos mundiales, prolongadas con la pesadilla más sutil de la guerra fría.
El optimismo socialdemócrata de entreguerras se estremeció con el fascismo; el aliento de la II República se ahogó en el miedo de la guerra civil y la dictadura. Ante el susto de Occidente, Roosevelt pidió a todos abandonar el miedo. También España trató de aliviar el agobio de la dictadura con el desarrollismo. Pero las dictaduras ahondaron el terror con holocaustos exterminadores y líderes salvadores. Volvió el miedo a inmovilizar la sociedad, los discursos socialista, nazi y fascista esterilizaron el pensamiento y reprimieron la libertad. Los ciudadanos, como el grito expresionista de Munch, huyeron despavoridos de la gestapo, del gulag soviético y de nuestra policía social.
La guerra fratricida española destruyó el país, desangró familias y vecindades, asoló el patrimonio cultural y enquistó el pánico en la sociedad. Tan mortal fue este pozo de crueldad y pobreza que el miedo subconsciente, calado en el tuétano español, sirvió de mecanismo de defensa para pactar su final en la Transición.
Porque el miedo a la guerra fue en efecto el motor de la Transición. Su mitificado consenso no fue un acto de caridad, fue un pacto de no agresión para huir de la guerra, evitar exclusivismos e implicar a todos en la democracia. Pactaron y renunciaron a sus extremismos la Iglesia y el comunismo (Tarancón y legalización del PC), participaron la Falange (Adolfo Suárez), el Movimiento (Fernández Miranda), el ejército (Gutiérrez Mellado), el sindicalismo (Sartorius), la economía (Fuentes Quintana) y la Corona (Juan Carlos). El miedo actuó de autoprotección para evitar otra guerra.
Pasada la crisis petrolera y la reconversión industrial, se oscureció el panorama con nuevas guerras coloniales, energéticas y religiosas que explosionaron el 11-S. El miedo cundió desde la crisis de 2008 en forma de paro, corrupción, mareas blancas y verdes, ruptura bipartidista y acoso a la casta política. Todo cristalizó en los indignados del 15-M.
El miedo fue la esencia del terrorismo que dramatizó la vida española los últimos 60 años. Sus mil asesinatos dolieron más que cien mil muertos en la carretera. El populismo pesimista extiende hoy estos miedos creando falsos escenarios de inseguridad ciudadana, catástrofes económicas, desórdenes sociales e invasiones migratorias con mensajes electorales racistas. Denigran a los inmigrados como delincuentes, terroristas y enemigos de los valores nacionales para expulsarles del Estado de bienestar y del mercado laboral. Quieren destruir a otros partidos diciendo que destruyen el país. Este discurso antisistema, pesimista, machista, racista, soberanista y autoritario retroalimenta nuestros miedos. Atiza este fuego cobarde el desprecio de la ley y el odio que difunde el victimismo independentista.
La historia del miedo demuestra que sirvió a los poderes y al sistema educativo para controlar, jerarquizar y socializar. Persisten los miedos heredados del deterioro de la naturaleza, la pobreza de un tercio de la humanidad por el mal reparto de recursos básicos, la exclusión de los migrados, las guerras, el control de Estados autoritarios, los partidos políticos no representativos, el descarado menosprecio de la ley, la influencia del dios-mercado, la manipulación de la información, la banal extensión del miedo en las redes sociales, la amenaza terrorista, la locura soberanista y el populismo xenófobo.
El miedo sirvió, sirve y servirá de instrumento de defensa y control.
Publicado en El Norte de Castilla del día 9 de febrero de 2019